12 abril, 2006

La sociedad donde triunfó la belleza

Si hay posibilidad de elegir, yo quiero que mi hija sea guapa y alta, y rubia. Si de verdad puedo elegir, quiero que tenga los dientes blancos y perfectos, la nariz bonita y los ojos azules. ¿Por qué?, pues porque así tendrá la vida más fácil, y ya me preocuparé yo de que tenga la cabeza bien amueblada sobre los hombros, para que no sea una “guapa tonta”. Todos sonreirán al hablar con ella, todos se volverán para ayudarla cuando se le caiga un libro al suelo y todos la tratarán bien. Qué vida más buena espero para ella…

Es así, por mucho que nos empeñemos en la cantinela de que lo importante está en el interior. ¿Para quién?, ¿para el 20% de las personas? Quizás sí, pero lo importante para la gran mayoría es el aspecto exterior, aunque no lo confiesen. Es como cuando el típico reportero dicharachero le pregunta por la calle a cualquier persona sobre los bosques y la naturaleza: de seguro le contestará como si de un ecologista se tratara, pero es sólo un formalismo más. Es políticamente correcto el ser hipócrita y decir para afuera que se aman los árboles, cuando para adentro se piensa que son un freno para la construcción de más urbanizaciones.

Es también como la típica frase de los concursos de belleza: “Yo quiero ganar para luchar por la paz mundial”. Perdona, bonita, que me ría. Un mero formalismo más. Pues todo esto se repite cuando se habla de sentimientos y de belleza física e intelectual. Para afuera está comprobado que queda muy bien la frase “lo importante está en el interior”, pero todos ellos saben que lo único que sirve es lo que uno presenta todos los días como primera impresión, y eso es su fachada exterior.

Y me vuelvo a encontrar al típico feo que suelta la frasecita de marras…, y es el mismo que con la misma formación que otro guapo, cobra la mitad de sueldo y trabaja el doble de horas que el agraciado físicamente. Qué suerte tienen algunos, y a pesar de todo la sociedad que discurre bajo el influjo de la belleza y los dictados de la moda, critica hipócritamente a los que se preocupan por su aspecto, tachándolos de egocéntricos y narcisistas. Sólo son inteligentes, porque eso es lo que cuenta, y aunque tú creas que sólo miras el interior, no puedes y te dejas llevar por lo que ven tus ojos, que son el sentido más importante que tenemos los humanos (a veces más que el “sentido común”), y al final siempre la misma elección: la belleza gana, la fealdad pierde. Es la sociedad donde nos ha tocado vivir y sólo queda adaptarse.

(Siento haberme dejado llevar por la ira y hablar de una realidad en la que no creo, pero que es la que existe).

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