20 abril, 2006

Uno de los últimos paraísos ha sido encontrado

“Aún hay zonas donde el mundo no conoce a su especie más peligrosa…” Sí, no se podría decir mejor; no se podría definir de forma más cruda el estado actual de la Naturaleza.

Hace pocos días llegó al conocimiento del público, la existencia de uno de los últimos paraísos, de uno de los últimos lugares vírgenes que el hombre no había pisado. Se sitúa, como casi siempre, en la antigua y desconocida isla de Papúa (en las montañas de Foja), en aquel cinturón de islas que van desde Asia a Australia. Sí, en ese agreste pedazo de tierra, lleno de montañas y valles que jamás ha visto un ser humano, se han encontrado decenas de especies, animales y vegetales: varios tipos de palmeras desconocidas, 4 mariposas distintas, un erizo con morro de ornitorrinco, una especie de canguro, un pájaro comedor de miel, con preciosa cabeza, una infinidad de nuevas ranas extrañas y cantidad de bichos raros. Un hecho ha sorprendido a los descubridores: los animales no huyen de los hombres… Sí, es obvio y queda demostrado completamente: estos animales no han visto ni se han cruzado con un ser humano en su vida…



Es triste decirlo, pero, ¿cuánto tardarán en extinguirse todas estas especies? Sí, es triste, pero es la pregunta que primero viene a la mente al verlos, al pensar en ellos, al sentir ternura al mirar sus ojos y darse cuenta de que ya han conocido a la especie más peligrosa: el hombre…

¡Error!, grave error han cometido estos científicos, que se supone que son inteligentes, que son coherentes y aman la naturaleza: no han tenido otra cosa mejor que hacer que gritar a los cuatro vientos dónde habían encontrado todo esto, y sacar fotos y grabar vídeos a los bichitos. Ay, qué pena, pero ahora todos los desaprensivos del mundo, todos los necios, los furtivos, los individuos que no merecen la pena, los conocen, y saben dónde viven; el futuro está casi escrito…

Dicen que hay muchos mundos paradisíacos por descubrir; que muchas especies siguen ocultas a nuestro conocimiento, y que aún nos faltan por descubrir la mayoría de seres vivos que hay en la Tierra. Así sea, porque si llegamos a conocerlos todos algún día, nos quedaremos solos, si antes no aprendemos…, y no parece que lo hagamos.




Espero que nadie vuelva a pisar los lugares vírgenes, los paraísos, esos sitios que permanecen tranquilos, lejos de nuestro conocimiento.

Ojalá puedan nuestros nietos ver documentales de estos animales, sabiendo que aún existen, sí, en Papúa, donde sólo entran naturalistas que no dañan a ningún animal, y que pueden cogerlos en brazos sin que ellos teman nada, porque jamás en ese paraíso, un animal fue dañado por un hombre; y sea así por siempre jamás.

1 comentario:

Miquel Beltran Carreté dijo...

Un mundo mejor... Sería tan fácil...

La vida suele presentársenos como un largo viaje. Nacemos y morimos y entremedio solo se nos debería permitir vivir. Pero en un mundo cruel acabamos siendo pocos los que tenemos aquella oportunidad de desafiar retos más importantes que la simple supervivencia. Bienaventurados deberíamos sentirnos solo por poder intentarlo, mas con nuestra innata estupidez envolvemos nuestro desagradecido transitar con un desaforado apetito por las cosas más superfluas. Así, vivimos unos tiempos en los cuales nuestra naturaleza, ya por definición muy mema, ha visto mermada su inteligencia hasta límites insospechados. La edad del consumismo, la era del materialismo, el reino del más puro egocentrismo… bendito mundo estamos construyendo para nuestros hijos. Todo parece indicarles que si de mayores no alcanzan un determinado tipo de belleza y un ambicioso mínimo de riqueza no podrán tener todos aquellos indicadores que se relacionan con el bienestar. Ya de pequeños se nos exige que nos preparemos para acceder a un estatus elevado que nos otorgue el poder de acumular cuantos más lujos mejor. Uno diría, viendo el obsesionado interés de los adultos por obsequiar a los niños una educación dirigida unidireccionalmente hacia la escalada a la cima donde los acaudalados profesionales se instalan, que estamos invitando a creer a los inocentes infantes que en la vida todo se puede comprar. Sí, ya lo sé: en verdad casi todo… Pero todos sabemos que hay tres cosas que acaban siendo las más esenciales que no se venden en tiendas ni mercados: la salud, el amor y el equilibrio armónico o, si suena mejor, la felicidad. Claro que, “a falta de pan buenas son tortas” y si hemos de vivir en el desamor, infelices o incluso delicados de salud, si somos ricos seguro que será más tolerable… De ahí la famosa sentencia: “El dinero no da la felicidad… pero ayuda…”. Lógico, si ando triste pero con un buen coche ando mejor que triste y caminando descalzo por un camino de piedras… Lógico, sí, pero a la vez muy necio, porque, ¿quién no preferiría andar descalzo por un camino de piedras pero sintiéndose inmensamente feliz a correr por una autopista en un descapotable de lujo con las lágrimas instaladas en el ánimo? El mundo en el que vivimos nos ha hecho creer a la inmensa mayoría que es para los corazones duros, los ambiciosos bolsillos, las egoístas almas… Si no pisas te pisarán… Si te ofreces te chuparán la sangre… Si te abres te utilizarán… Si intentas ser bueno te tomarán por tonto… Si regalas tu amor de forma desinteresada te dañarán, seguro… Ponte de pie y anda con paso firme, con la vista fija adelante. Dirígete allá donde tus intereses te lleven y, sin importarte a quien arrastras, mantén tu entorno mientras te sea útil. Si en tu andar dañas, reza, pide perdón a Dios, y continúa, porque Él todo lo perdona. No olvides nunca que cuanto más alto escales más seguro te sentirás. El poder te hará valioso y atractivo a los ojos de los demás… y serás respetado. No te brindes demasiado, no muestres con claridad tus sentimientos, no abras tus emociones, pues son irracionales y pueden llevarte a lugares no pretendidos… aquello que no es controlable te hace frágil y no puedes permitírtelo. El mundo en el que vivimos nos está engañando de una forma vil y despreciable con la idolatría a unos valores muy lejanos a los que deberían conformar la condición humana. Aquellos que decidieron adoptarlos y colaboran en transmitirlos a las generaciones futuras son cómplices de ese ardid. El destacarnos como seres racionales nos hace diferentes al resto de los “animales”, pero no mejores. El hecho de pensar, por sí mismo, no nos hace especiales. Poder pensar, incluso razonar, es algo positivo, pero no deja de ser un instrumento más, exclusivo, sí, pero que no nos hará nunca excepcionales si no lo acompañamos del buen sentir. Los pensamientos edifican nuestra inteligencia, nuestra sabiduría, nuestra creatividad, pero si no los envolvemos de sentimientos positivos acabaremos siendo bobos, ignorantes y poco productivos para la humanidad y, sin ninguna duda, para la madre que nos acoge a todos, la Naturaleza, tendremos menos valor que una hormiga. Y en verdad lo afirmo, pues así lo pienso: aporta más armonía a la madre Tierra una mariposa, con un solo día de vida, que muchos hombres y mujeres que puedan llegar a vivir una existencia deshumanizada y egocéntrica de 80 o 90 años. Para nuestro planeta una buena parte de la humanidad se está convirtiendo en un residuo tóxico, un residuo de una civilización caduca y extremadamente contaminante. Y al asegurar que infectamos no sólo me sitúo a un nivel ecológico, tesis bien cierta, perfectamente demostrable y hoy mismo ya terriblemente grave, me remito al campo de las humanidades, aquel donde deberían inscribirse la mayoría de nuestros progresos… Sería tan fácil… Podría ser tan hermoso… Un mundo donde la más pura ética gobernara el espíritu de la raza humana, donde la limpieza de la conciencia dejará de ser un obstáculo para convertirse en una religión, donde el amor no fuera un recurso para conseguir algo sino una necesidad vital; una tierra donde la comprensión pasará de mano en mano sin quemar, donde el verdadero poder residiera en la riqueza emocional, donde todos los caminos se dirigieran al mismo destino: el desarrollo armónico de nuestro interior, la paz y el equilibrio con todo lo que nos rodea, lo externo, el entorno social y el natural… Sería tan fácil… Podría ser tan lindo… ¿Y entonces? ¿Por qué a los que intentamos seguir ese camino nos resulta tan duro? ¿Por qué cuesta tanto? ¿Por qué acabamos sintiéndonos tan fuera de lugar? Seguramente pensarás: “¿Y ahora con qué me viene este? ¿Otra vez filosofando?”. Pero si te paras a meditar un poco entenderás cada vez mejor porque escribo en cada ocasión lo que acabo redactando: ya te conté, te lo dije y, además, deberías saberlo, cariño… El amor nos despierta los sentidos de forma excepcional, amando de verdad abrimos nuestras emociones y enriquecemos nuestra sensibilidad llegando a extremos inimaginables… En mi caso, llevo ya muchas páginas intentando explicar un cúmulo de descubrimientos, un cosmos de sensaciones y experiencias que me hacen sentir a la vez inmensamente agraciado y tremendamente frágil. Y yo, que toda mi vida tuve la suerte o la desgracia de ser un obcecado idealista, aprendiendo a nadar con mi intelecto contracorriente desde muy joven, ahora que además pretendo hacer lo mismo con mis sentimientos me siento doblemente desplazado, fuera de lugar. Y es entonces cuando grito, cuando procuro cantar a los cuatro vientos: sería tan fácil… ¿Será tan precioso?

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