12 junio, 2006

Una tradición valiosa que mantener

En un lugar recóndito, perdido en la majestuosidad de una enorme nación, o nación de naciones como la llaman ahora…, encontraremos una manifestación más del acercamiento del ser humano con el eslabón perdido, de unos seres supuestamente inteligentes a una postura totalmente animal. En un mediodía caluroso de fin de verano, como cualquier otro, y entre las horrendas noticias que siempre llenan las crónicas, se colaba esta, el despropósito mayor que pudiera imaginar escuchar:

F.S.J.” (mejor ocultar el nombre), allí donde San Pedro perdió las sandalias, es decir, en el quinto pino; allí se consumaba la tragedia. Al principio, todo normal, un pueblo celebra una fiesta y saca en procesión a su virgen, a la que aman y en la que tanto creen. Hasta ahí todo bien, pero el problema surge cuando muchos de los presentes toman antorchas y comienzan a pegarle fuego a los rastrojos y matorrales que lindan con la carretera, organizando un incendio que por momentos parecía iba a ser descomunal. ¿Qué puede llevar a unos seres dotados de inteligencia a hacer semejante acto? Muy fácil, “es su tradición”, y llevan haciéndolo desde tiempos inmemoriales (muchas veces esta palabra significa que empezaron a hacerlo hace dos años…), entonces, no la pueden quitar, porque “tiene que pasar de generación en generación”…

Y su virgen, ¡qué culpa tendrá la virgen de ser adorada por semejantes mamelucos! ¡Ay si la virgen pudiera hablar, lo que diría de ellos! Golpearon a los bomberos que querían evitar una posible catástrofe ecológica si el fuego se descontrolaba, sólo con esa “razón” que les daba la tradición. ¡Maldita sea la razón que puedan tener estos interfectos!

Es simple: esgrimen que una tradición es más importante que el orden público, la ecología y el decoro. Queman impunemente el campo y no permiten que nadie apague el incendio. Creen que la virgen está con ellos, ella que no tiene culpa de nada.

Luego, estaba digno de ver cuando quisieron entrevistar a los del pueblo: ninguno quiso dar su opinión de semejantes cazurros por temor a represalias (se limitaron a rociar sus paredes y plantas con agua para que no se quemaran), y los cuatro analfabetos que salieron no acertaron a decir más que “esto se tiene que seguir haciendo porque es una tradición”. ¡Vaya tradición! Entonces también es válido que los del pueblo de al lado, vayan todos los años y quemen “F.S.J.”, que seguro que si es una tradición les daba igual ser quemados.

Así es la sociedad en la que estamos, donde todo el mundo se las da de sabihondo, de culto, de listo, de estar a la moda. Un mundo donde lo “kitsch” abunda, como dijera algún individuo de poco amor al castellano. Un mundo donde lo feo, lo ordinario, lo chabacano, ganan siempre la batalla al sentido común. Un mundo donde no existe educación y donde la llamada “educación” deja bastante que desear en las escuelas e institutos. Así salen luego…

En fin, ¡larga vida a nuestras valiosas tradiciones!

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