30 marzo, 2014

El recuerdo

Cuando me di cuenta ella ya no era la misma persona, ella había cambiado. El tiempo había embrutecido sus rasgos, los había cuadrado, fuera redondeces, las primeras arrugas lo hacían maduro, como si aquella personita de hace pocos años hubiera desaparecido, se hubiera volatilizado. Ahora las experiencias y el propio correr de los acontecimientos a lo largo de casi una década había forjado un nuevo rostro, una nueva cara, una nueva personalidad que se alejaba de lo que recordaba. Sí, el tiempo y ella misma han labrado un nuevo semblante en lo que fue dulzura casi angelical. Era ella, sin duda, conservaba la mirada y un atisbo de lo que fueron labios sonrosados, ahora enrojecidos y embrutecidos también, sólo recuerdo ya. Sólo su mirada permanecía impertérrita ante el paso del tiempo, aunque había que buscarla bajo una catarata, bajo una coraza, bajo una cáscara, pero que una vez retirada daba sin duda la impresión de seguir siendo una mirada virgen, sublime, natural, inocente, como fue, como pocos podrían decir que ahora lo es.

Al mismo tiempo me di cuenta que aquella otra también se había ido, había madurado como una manzana, totalmente amarilla ahora, se había convertido sin duda en mariposa y quedaba lejos, inalcanzable en el pensamiento o en el recuerdo gris la posibilidad de saber cómo fue, nadie lo recuerda ya, no permanece en ninguna mente humana, pues casi tres lustros pasaron, y ni las fotos conservan ya su imagen. Ahora nos queda el ahora, la mariposa, y no puedo decirle a mi yo de entonces nada, no hay reproches, pues tampoco hay recuerdo.

Él tampoco existe, es una mentira, el que fue no era más que un engaño para cándidos, para inocentes crédulos, elixir fulgoroso de juventud que se fue, de juventud que perdura en alma, en pasión, incluso en cuerpo para los que envejecieron con él, pero no basta con eso: los niños lo ven como lo que es, un mayor, un maduro, un casi anciano para ellos. Rizos que aún se engarzan unos con otros, mirada cada vez más sabia, más vieja que diabla, alma curada de espanto, memoria inmejorable que fotografía y almacena todo para siempre, suertudo él de poder recordarlo todo, de poder recuperar hasta el más mínimo detalle de su existencia y la de los demás, esa es una… la otra es la increíble capacidad para expresar todos esos detalles, para enhebrar un discurso, para cocerlo, aderezarlo y adecentarlo hasta hacer parecer a un pequeño recuerdo de un campesino zarrapastroso, la biografía de un héroe medieval. Palabras que engalanan, palabras que mienten, palabras que disimulan la verdad, podría decirse que hipocresía, pero no es más que contar lo bueno, porque lo malo es propio del humano, así que todos erramos ahí, pero lo bueno es lo que realmente nos diferencia a unos de otros. Él lo sabe expresar, lo sabe plasmar en 4 ó 5 párrafos iluminados de prosa en verso, párrafos floridos llenos de arabescos idiomáticos, llenos de encajes de bolillos lingüísticos, llenos de barroco y de románico, de gótico y de posmodernismo. Él puede y él lo hace, otros se conforman con esperar y esperar la inspiración que nunca llegará.

Y finalmente me acuerdo de aquel otro que se fue para siempre, al país de nunca volver, al país del recuerdo y la memoria, a la tierra donde los sueños se fundieron con la irrealidad, al otro lado de este otro lado, a la sombra del ciprés, llevándose la poesía y la prosa a otra parte, los cantos mágicos a un lugar aún más mágico. Toneladas de sabiduría perdidas en un cuerpo que ya no existe, y que pululan por ahí en un alma que no es capaz de encarnarse en nada para volver a ser lo que fue. Él nos dejó su legado, que le sobrevive, que acaba por hacerle empequeñecer, artista olvidado de una obra mítica, nombre y apellidos que poco dicen a los jóvenes, que recuerdan con cariño y cuadrándose ante su figura los más ancianos, pero que al final durará sólo lo que dure su obra en nuestra memoria, en la memoria de los tiempos que cada vez son más ancianos y cada vez tienen peor memoria. Escrito está, escrito lo dejó, pero nadie sabe si hubiera preferido quedarse y mandar a la eternidad toda su obra, quién sabe…

Esperando está el que se fue, al poeta anterior, y a la chica madura como manzana amarilla, cuyo fulgor resplandecerá aún 20 ó 30 años más hasta caer presa del peor de nuestros enemigos, el tiempo. Quizá el botox la haga vivir una ilusión unos años más, pero más dura será la caída. Esperando también, por supuesto estarán todos a la chica primera, esa que cambió, que ya no era la misma, pero que sin duda alguna al final, mantendrá esa misma mirada…

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