16 diciembre, 2014

La ciudad sin personalidad

Va uno paseando por Praga, por sus calles empedradas, con sus iglesias, con su gente hablando raro, con su aroma a Europa. Va uno paseando por Braga, por sus calles empedradas, sus iglesias, gente hablando en guiri, con su aroma a Europa.

Puede uno pasear por Valencia, con su gente hablando en valenciano, con sus calles y sus plazas, y puede uno pasear también por Palencia, con sus palencianos y palencianas, calles y plazas.

Podemos pasear por Burgos y Hamburgo, por Roma y Romilla, por Málaga y Malagón, por Guatemala y Guatepeor, cada una con sus matices, cada una con su personalidad propia.

Paseando paseando, me encuentro un Zara, un McDonalds, un Bershka, un Smooy, un Banco Santander, más allá un Ikea, un Leroy Merlin, un Toys'R'us (o como porras se escriba). Sí, da exactamente igual por dónde esté, al final me tomaré un Kebab, y mañana quizá una ensalada y un calzone en Pizza Hut, sea en Málaga, en Praga o en Hamburgo, porque lo que tenían estas ciudades de propio nos lo han quitado las grandes cadenas.

Al final todo está globalizado, da igual en la ciudad que estemos. Al final la bombonería de toda la vida, la tienda de antigüedades, la armería, la relojería, la licorería, la vieja lencería con encajes de abuela... todas van sucumbiendo, todas han ido sucumbiendo ante el poderío del capitalismo, de la impersonalidad que todo lo vuelve del revés y lo pinta del mismo gris color de la alienación, instrumentos todos convertidos a la franquicia, al furor y la locura de las rebajas, a la velocidad vertiginosa de la caída de los precios, de la subida y bajada a conveniencia del marketing borreguil, de los cambios inesperados de escaparates, de las carpetovetónicas enrevesadas técnicas de mercado, de la psicología mercadotécnica... Todos sucumbieron ante el colorido y la iluminación exagerada, el gentío loco, hormigueo sin cabeza y con tarjetas de crédito temblando, el vendedor que casi ni saluda, al que parece que no verás nunca más, cosa que los contratos temporales basura seguramente certifique. La tienda de la esquina murió, y con ella el romanticismo de tantas ciudades, que ahora son todas iguales, con un centro comercial plagado de bonitos edificios decimonónicos, que con sus H&M, Devota y Lomba, Vittorio y Lucchino, Ortega y Gasset, o incluso M and M's (emanens de toda la vida) ha certificado la muerte de su propia personalidad.



Ya no podemos decir un "pues en Gijón hay una heladería superbuena que hace unos helados riquísimos y que siempre tiene cola, tenéis que venir a probar, se llama REGMA"... Pues poco que decir, porque en Santander también las hay, y tras aparecer en un post del blog Mensajes de Mi Botella, acabó siendo conocida en todo el mundo, así que ahora podemos degustar sus helados en Moscú y hasta en Pekín, maldito infeliz el creador de semejante artículo. Sí, así funciona, todos queremos tener de todo en nuestra ciudad, y no nos damos cuenta que así la ciudad deja de ser nuestra, y se nos escapa entre los dedos, presa de la globalización.

No me enrollo más, sólo recordar que esos cascos antiguos ya no son lo que eran, con sus calles empedradas, ciudades sin personalidad, todas iguales... ay... ya sólo nos quedan los pueblos...

No hay comentarios: