07 enero, 2019

¡Nos atacan las ONG!

El otro día, andaba yo paseando por la gran ciudad junto a ememe, henchidos de orgullo, epatados por la iluminación invernal, prendidos por el espíritu navideño y enviciados en las compras a las que nos incitan las grandes y pequeñas superficies con sus suculentos e irrechazables descuentos. Todo idílico: escaparates engalanados al uso de la época, guirnaldas en las puertas, gente con algún gorro de Papa Noel, villancicos de fondo (lógicamente inclusivos, por lo que no nombran para nada a ningún niño, mula ni buey, para no herir sensibilidades de otras religiones, que de eso quizá hablemos otro día), etc., una estampa que no hacía presagiar lo que luego pasó.

En una de esas famosas calles peatonales de la gran ciudad, tan concurridas cualquier día por estar llenas de comercios, de pronto salió a nuestro paso una chica joven, de unos 20 años, pelo rizado moreno, vestida con una especie de uniforme y pertrechada con una carpeta y un boli, que con amable dulzura nos invitaba a escuchar un rato lo que tenía que decir sobre la ONG Acnur, a la que representaba y para la que se dedicaba en sus huecos libres de la Universidad a conseguir nuevos socios que costeen su magnífica labor en nuestra sociedad, a nivel mundial.



En este momento no nos pillaba con nada suelto, ni ganas de pararnos, porque hacía frío, ni ganas de ahí, en mitad de la calle dar nuestro número de cuenta o datos personales (incluyendo DNI) en mitad de la calle a nadie, por muy carnet de una ONG que tuviera colgando en la solapa. Simplemente no nos apetecía, pero lógicamente eso no nos convierte en unos desalmados capitalistas automáticamente, o no debería hacerlo, por lo que tranquilamente le dijimos que no nos interesaba y tras insistir levemente, nos dejó ir.

Fue tal nuestra suerte que unos metros más adelante nos aborda un chico alto, con el pelo largo y pinta de perroflauta bohemio, de manual, de los que a veces gusta encontrarte porque es más probable poder hablar de Baudelaire o de la última ocurrencia de Emilio Lledó que con los demás que van por la calle con 5 bolsas del Bershka o con los calzoncillos al aire por tener los pantalones casi bajados o con zapatillas tan fucsias y uñas tan fluorescentes que harían palidecer juntos a la vez al color fucsia y a la aurora boreal más fluorescente. «¿Tienen un minuto?». Pues no, a la de antes, mucho más guapa, donde va a parar, le habíamos dicho que no, así que seguramente no era el momento de pararnos a dar explicaciones exactamente por lo mismo, por lo que insistimos en que no, diciendo que llevábamos algo de prisa, por lo que automáticamente nos dio las gracias y grácilmente se dio la vuelta para repetir su pregunta a otra pareja que caminaba en sentido contrario.

Parecía que todo estaba solucionado por hoy, y de hecho más adelante pasamos junto a otros dos voluntarios, de Aldeas Infantiles creo, que hablaban entre ellos, aunque mirando un poco de reojo el panorama. Nosotros un poco cohibidos nos hicimos los locos, como si no fuera con nosotros el camino de escaparates que estábamos haciendo, y hicimos más raudo nuestro paso, a ver si no se percataban de nuestra existencia, cosa que nos salió bien...

Pero fue después, otros pocos metros más (ojo, ya irían 5 "comerciales" de ONG en menos de 30 metros), nos aborda un chico joven también, como todos, mucho más bajito que el otro, mucho más "pijo", como una versión masculina de la primera chica, y nos repite lo de siempre. «Lo siento, tenemos prisa» -dijimos-. «No pasa nada, puedo ir andando junto a vosotros y os voy contando» -contestó él-.  Y la verdad es que como táctica comercial era genial en ese momento, porque nos ponía en un brete, entre la espada y la pared, ya que si teníamos prisa y ése era el problema, él nos seguiría casi hasta nuestra casa para revelarnos su rollo, poniéndonos las cosas fáciles; y si el problema era que habíamos mentido, tendríamos que decírselo, o quizá pegarle un bofetón o un simple bufido, un insulto cortante: "¡¡hombre ya, pesado!!"...

El caso es que no supimos que decir, y aunque volvimos a aligerar el paso, comenzó a andar a nuestra par con el objeto de contarnos. Fue en ese momento cuando la situación empezó a hacerse tensa, ya que por la izquierda nos adelantó otra pareja que iba a toda velocidad y llevaba pegada a la chica que nos abordó al principio, persiguiéndoles impenitentemente, contándoles su rollo sin que pudieran desembarazarse de ella. Nosotros les miramos con lástima e insistimos al chico con un «que de verdad, que no», y ahí quedó todo...

Y mientras la chica se alejaba con ellos, veíamos a los dos que habían quedado atrás y que hablaban entre ellos, abordando de nuevo gente en la calle, y también al chico hippie alto, al que esta vez sí parecían escuchar con atención, y me imaginaba una clara escena de película de serie B de los setenta, con una ciudad tranquila en época de Navidad, que acababa siendo atacada por hordas de colaboradores/comerciales de las ONG, que eran capaces de perseguirte a casa, que estaban sedientos de sangre, todos a una sola "conversión" de llegar a objetivo, a unas horas de acabar el mes, poniéndoseles la cara de zombie, los dientes afilados con colmillos draculescos, con el tesón intacto y la fiereza de un doberman. Atacan y atacan sin piedad, y en unos pocos minutos han arrasado con todo en esa calle que poco rato antes era el símbolo de la tranquilidad consumista, y ahora es sólo un cementerio de cuerpos inertes y sanguinolentos, todos socios de Acnur y Aldeas Infantiles, claro que sí...


Por Cierto: Y si podéis, no dejéis de ayudar, claro, aunque siempre podéis haceros socios por internet. Los refugiados (ACNUR) y los niños sin hogar, os lo agradecerán (Aldeas Infantiles SOS).

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