11 marzo, 2019

Sobre las catarsis

La primera vez que escuché esta palabra fue en los 90, cuando un pedante maestro compañero de mi madre la escribió en una carta dentro del claustro de profesores. La verdad es que no recuerdo exactamente por qué, pero no estaba usada con total propiedad (vamos, que como a veces solía hacer este hombre, había usado una palabra no habitual para expresar algo que hubiera expresado mejor con una más conocida).

Junto a mi madre la buscamos en el viejo diccionario Durvan. ¿Catarsis?, ¿catástasis?, ¿cómo era? Y tras un par de titubeos, ahí dimos con la clave: “catarsis”: [dícese de una purificación, liberación o transformación suscitadas por una experiencia vital profunda]. Ahora sabíamos qué quería decir la palabra, pero no lo que él había querido decir al usarla.

Hoy, tantos años después, y tras un reencuentro de viejos amigos del colegio este pasado fin de semana, me ha venido a la cabeza esa palabra como resumen de algunos momentos sucedidos en la reunión, y quizá como resumen en general de todo, de un encuentro en el que todo vuelve a los orígenes, se cierran heridas, se tapan huecos surgidos, rencillas que pudo haber y se purifican incluso los pecados pasados, en una especie de catarsis colectiva (y sí, tampoco quizá la esté usando yo bien, ya sea por desuso o falta de uso). Hoy ya no está ninguno de los dos, ni el “Carri” cuál Góngora amante del lenguaje exclusivista, ni mi madre, valiente defensora de causas perdidas y que no se quedaba con nada en el tintero, pero los que fuimos sus alumnos tiempo ha, por supuesto recordamos esa época, y lo seguiremos haciendo en sucesivas reuniones, camino ya de los 40 más que de los 20 en el que estamos ya.



Curioso hecho y digno de estudio el de las viejas reuniones de antiguos compañeros y alumnos, y más cuanto mayor es el tiempo pasado. Ojo, en nuestro caso todos nos acabamos viendo antes o después en el pueblo, pero siempre hay casos contados de décadas sin verse, gente más descastada o simplemente caminos que divergieron demasiado incluso a regañadientes de los implicados. Quizá otro día podamos hablar con más tranquilidad de todo, pero sí quería fijarme en ese fuego purificador del encuentro, en ese momento en que los que fueron acosadores confesaron sus pecados y se mostraron arrepentidos ante tanta crueldad mostrada en su tierna edad. El acoso escolar, el bullying que ahora lo llaman, se cebó brutalmente con los más débiles, siempre por capas, por jerarquías.

Primero había un acoso casi exterminador contra una sola o dos personas, en la que casi participaban todos, convirtiendo su infancia en un infierno (el sujeto podía ir cambiando con el tiempo, por lo que podían sufrirlo incluso varios a lo largo de los años). Luego había otro acoso hacia el débil o el diferente, encarnado siempre por 3 ó 4 también en cada clase (a saber, los bajitos, gorditos, con algún otro defecto físico o que destacaran por algo como las gafas, el color de pelo, los ademanes, etc). Y después otro acoso ocasional y quizá temporal, hacia un grupo que podríamos llamar 3, que según tendencias podía tocar a otros 5 ó 6 por clase, lo que no quita para que estos en algún caso hayan podido incluso jalear el acoso hacia los del grupo 2. Más allá estaban los intermedios, que claramente jaleaban y también acosaban en ocasiones a los del grupo 3 incluso, pero que sí estaban a salvo del acoso del grupo de los líderes de la manada… Y por supuesto, arriba del todo de la jerarquía, estaban los leones (normalmente 4 ó 5), los que sin darse cuenta al ser populares, estaban amargando la vida a los del grupo 1 y 2, y ocasionalmente al 3 cuando se daban las circunstancias adecuadas. En mi caso, al ser pelirrojo, zurdo y con gafas podría ser carne del grupo 2, pero acabé siendo del grupo 3 casi siempre, sufriendo esporádicamente intentos de bullying pero escapando de él la mayoría de las veces, por lo que cuando otros sufrían solía ser el que se libraba por los pelos, muchas veces porque en cierta manera sí que había conseguido el respeto.



Hoy, muchos se arrepienten de lo hecho, sobre todo los intermedios, que callaron y jalearon, y algunos de los 'leones', que despiadadamente y día tras día amargaban la vida a los pobres del Grupo 1 y 2. Sólo el hecho de haber mostrado ese remordimiento ya habla tan bien de ellos, del ser humano en general, porque una cosa es lo que hacemos en nuestra inocencia (o en nuestra maldad, que los niños ya sabemos que son crueles por naturaleza) y otra cosa lo que pensamos de ello cuando maduramos y tenemos casi 30 años más. Ojo, el pensar que somos ahora adultos no quiere decir que dentro de otros 30 años no podamos ver a nuestro yo de ahora como un niñato treintañero, que no tenía ni idea de la vida y de cuyos errores también podamos arrepentirnos (e igual con 90 y tantos años, pensar que con 60 éramos unos niñatos y arrepentirnos, o con 120 si viviéramos tanto, igual y sucesivamente).

Ya digo, no es que tuviéramos ninguno trauma alguno, y menos los que fueron maltratadores, pero en cierta manera se purificó este día el mal creado, aun sin haber acudido muchos de los maltratados (alguno aún por miedo, no ya por sufrir acoso sino por no tener que aguantar otra vez las mismas tonterías), y en cierto modo nuestra colectividad, el grupo, que al final es el que en general calla y otorga, logró cierto nivel de catarsis, aunque pasa como en otras cosas, aunque hay mucho callado, mucho que recordad, que no olvidar, para que no vuelva a suceder, y mucho honor que restituir, quizá en algún tipo de aquelarre colectivo en el que las brujas cambien de sitio con los pueblerinos y al revés, o donde el que espera el fuego en la pira sea el que la prende o el verdugo sea el maltratado, quién sabe, y quizá entonces cuando exista el arrepentimiento total y el perdón de los otros, la catarsis esté completa y nuestro amigo Don Manuel pueda volver a expresar su riqueza léxica como entonces para desde allá donde ande, contárnoslo.

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