14 diciembre, 2019

Nuestra afición por el segundón

Ahora que el mes pasado nos dejó Raymond Poulidor (el segundón más famoso de la historia del deporte, con 8 podios en el Tour de Francia y 4 en el Mundial en Ruta sin llegar a ganar ninguno, aunque es verdad que ganó una Vuelta a España), es buen momento para recordar todos esos segundones que a muchos nos acaban pareciendo mucho más atractivos e idolatrables que los que quedaron por encima de ellos. No quiero continuar sin citar también a Merlene Ottey (la segundona más famosa, con 9 medallas en Juegos Olímpicos sin un oro, aunque es cierto que ganó 3 oros y otras 11 medallas en mundiales)



Antes de nada, diré que yo soy de ese tipo de fans que quieren más a esos luchadores que no consiguen ganar que al típico "siete veces campeón del mundo seguidas" y cosas así que otros rápidamente abrazan con la excusa autoengañante de "es que es el mejor". Claro, si no fuera el mejor no le admirarías, eso está claro, pero quizá ahí ellos se están perdiendo parte de esa esencia, de ese gusto por ver a otro que quizá no tiene tantas condiciones o capacidades, llegar casi a ganar, tuteando al supercampeón, siendo por supuesto más campeón que el resto.

Casos paradigmáticos encuentro muchos, por ejemplo el de Barcelona en el fútbol español, del que siempre digo que me hice fan cuando llevaba la friolera de ¡2 ligas en 30 años y 0 Champions en su historia!, cosa que los postmillenials de ahora pensarán que es una trola como un demonio o que es algo de los años 20, pero que es simplemente la realidad de finales de los años 80, donde el Real Madrid era el equipo de todo el mundo, de todos los niños, salvo unos pocos locos que "bancaban" al Barcelona (ni te digo ya cualquier otro del resto, salvo algún niño de equipos vascos que ganaron 4 ligas en los 80 o el bético o sevillista de turno, siempre muy residuales).

Mérito tenía entonces, y evidentemente en su sano juicio ningún niño español se haría fan del Barcelona salvo por herencia familiar, como era mi caso; y mérito tenía también seguir a Perico Delgado en la época del mejor Induráin, a Valverde en la del mejor Contador, a Gibernau en la de Rossi, a Navarro en la de Gasol o a Xavi en la de Messi, quizá siempre con ese ánimo de ser hinchada del segundón, que en muchos casos era simplemente el segundo más glorioso, por encima de todos los demás, debajo del mejor.

¿Y qué decir de los campeones? Pues que siempre me ha faltado esa parte de simpatía, sobre todo cuando el rival perdedor era español, ya fueran Doohan y Armstrong, Schumacher y Tiger Woods, Peterhansel y Doug Lampkin, El Guerrouj y Hermann Maier o Pete Sampras. Obviamente trasladable a lo femenino, con Yelena Isinbayeva y Steffi Graf o Florence Griffith y Katie Ledecky.

Podría decir que es un sentimiento parecido al "viva er Beti man que pierda" que hace que media Sevilla sea de ese equipo pese a sus calamidades frente al rival Sevilla FC, o que en Madrid la gente se haga en tropel del "Atleti", pese a que el equipo del gobierno sea el de enfrente, o en Barcelona del Español, y así sucesivamente. Simplemente algunos somos así, y no nos importa ser del segundón, porque sabemos que también conseguirá cosas, y serán mucho más luchadas que las del que siempre gana, del que es más sencillo ser, al que es más sencillo animar, seguro tú de su victoria.



Luego están los "chaqueterismos", claro está, que suelen darse cuando el típico que anima al que siempre gana, ve que no es tan fácil, o que entra en mala racha. Ahí es muy fácil que acaben por dejarlo, porque al final, no es cuestión de sentimientos, sino de "ser del que gana". Como gran ejemplo actual el de muchos niños que en las dos malas épocas del Real Madrid (años 90 y años 2005 y posteriores) dejaron el club para irse incluso al Barcelona, eterno rival, porque "era el que ganaba". Eso no puede pasar con los que animamos al segundón, porque, ya digo: es cuestión de sentimientos, e incluso cuando uno de los que sólo anima al que gana, da con el equipo o el deportista de sus amores, pese a que no gane, a este no lo dejará nunca.

Y como decía desde el principio, a muchos nos acaban pareciendo siempre más atractivos los segundones, no tenemos remedio, se podría decir, así que como se suele decir, disfrutemos todo lo que podamos de esta inclinación: ¡larga vida a nuestra afición por el segundón!

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