Algunas veces he intentado cogerla y llevármela bien lejos, quedándome tranquilo por unas horas, pero al amanecer allí estaba de nuevo, desafiando todo raciocinio. He probado a hacerle buena publicidad: llevárosla, es la mejor, pero nadie lo hace, y nuevamente aparece por la mañana como si nada, como si una fuerza sobrenatural la mantuviese ahí, haciendo guardia, con su aura amarilla.
Sí, bicis amarillas que nos han invadido, que han cambiado nuestra forma de relacionarnos, de desplazarnos, de pasar por las aceras antes limpias y ahora impracticables. Por suerte algunos en la clandestinidad aún luchan contra ellas, son la "Resistencia", lanzándolas con valentía contra árboles, empujándolas a las vías del tren, arrojándolas al río, destrozando ruedas y candados para dejarlas inutilizadas... pero es inútil, es una batalla perdida, vuelven a aparecer más, y un ejército de mecánicos está al acecho para volver a arreglarlas, incluso otro mini-ejército de militantes fotógrafos denuncia dichos actos para confundir más a la población, para hacer parecer que las víctimas son ellas y no nosotros...


Y mientras, cuando llego a la cancha para hacer deporte me encuentro otras dos, y al volver me cruzo con otra, y llegando al semáforo veo apoyada otra más y en el parque una en el suelo como diciendo "tropiézate"... son muchas, son tantas... pero la que de verdad me acongoja es la que hay en mi puerta, que sigue ahí esperándome, mirándome altiva, mirándome con superioridad, sabiendo que algún día seremos sus esclavos, esclavos de 2 ejércitos de bicicletas amarillas que conquistaron nuestras calles, plazas, aceras... Porque no se conforman con ser un bando, sino dos bandos que amigablemente tratan de subyugarnos, y así, mientras vuelvo a casa pienso en que mañana por la mañana me la volveré a encontrar, y como todos los días volverá a hacerme temblar de terror...

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