10 diciembre, 2018

Las redes, maquiavélicos sesgos de lo que nos rodea

Hace un par de post ya os comenté cómo se me ocurrió este de hoy, aunque derivó como muchas otras veces pasa en un "metapost", en el que hablaba simplemente de cómo se me ocurrió otro. En fin, al grano.

¿Quién no ha echado un vistazo a sus redes sociales, a su muro, y se ha dado cuenta de lo feliz que es la gente? Es sencillo: id bajando, id viendo las fotos, los comentarios... Todo el mundo parece estar ahora mismo en un viaje por Asia o Norteamérica. Todo el mundo parece estar todo el día de cumpleaños, de super-ruta de senderismo o bicicleta por las montañas. Todo el mundo parece estar todo el día en la piscina. Todos parecen gurús de la fotografía. Todos tienen sonrisa perfecta, cuerpos perfectos, ángulos imposibles que les hacen parecer semidioses que en Grecia encumbrarían...

Y es eso (y ahora copio parte de lo que escribí en el otro post), las redes sociales nos enseñan sólo la parte buena de las personas, su felicidad, sus momentos de alegría, sus maravillosos 5 minutos del día, mientras nos ocultan toda su miseria del resto de 23 horas y 55 minutos. Sí, de esa manera se convierten en unos maquiavélicos sesgos que nos muestran una gran mentira que estamos dispuestos a creernos para pensar en cuán desdichados somos al lado de esas personas que en muchos casos ni conocemos, que simplemente idolatramos innecesariamente.


Ojo, no es una manía persecutoria mía, sino que el fenómeno ya ha sido estudiado, e incluso ha habido personas que han caído en depresión grave por culpa de todo ese chute de felicidad digital que al compararlo con nuestra rutina diaria resulta delirantemente paradisíaco. Es sencillo, es buscar el sesgo a todo, coger un momento, un instante, una captura concreta de un día específico, encontrando la perfección o acercándose a ella, así leemos magníficos posts en los blogs, dignos del mejor Galdós, vemos maravillosas fotos en Instagram dignas de Pulitzer, con modelos dignas del Victoria Secret, degustamos con la mirada estupendos platos que salen en Facebook dignos del mayor de los chefs franceses, y leemos la última ocurrencia en Twitter digna del requiebro más elegante de Oscar Wilde o el chiste más mordaz del caricato ese... Y así, a nuestro alrededor, personas que no tendrían por qué diferenciarse mucho de nosotros, parecen semidioses, privilegiados, irreales...

¿Qué podemos hacer para defendernos de esto? Pues dar de baja todas nuestras redes, pero sí, tampoco es eso, y la manera es intentar protegernos y pensar, entender, valorar y relativizar todo. He visto gente que dice ser muy desdichada y que siempre publica fotos de cada café que se toma, mientras le cuenta a un amigo sus enormes penas y a veces llora, pero eso sí: las fotos son dignas de adornar un bistrot francés, con preciosas obras de arte hechas con la espuma, con bonitas tazas, con tapas de galleta Oreo... He visto gente que parece estar todo el año viajando, cuando realmente son siempre las mismas fotos del mismo viaje de hace tres años, mientras los dos últimos veranos se tuvo que quedar en casa por las circunstancias... He visto gente que parece irreal, publicando en Twitter a todas horas, magníficos e interesantes enlaces sobre tecnología o sobre su blog, como si todos los días publicase varias entradas interesantes a un ritmo endiablado e imposible de seguir, pero al final no eran más que posts republicados y noticias extraídas de un RSS que se repiten todos los días sin cesar...



Todo es una ilusión, todo parece mejor aquí, si no sabes pensar, y cuando cierras la pantalla del portátil, apagas la del smartphone o desconectas el ordenador, te queda una enorme sensación de vacío, de tristeza, de inexistencia propia, por aquello de que parece que si no estás en las redes, no existes... ¿Postureo lo llaman? Sí, y hace mucho daño a los que no tienen esa posibilidad de vivir una vida tan genial y publicarla, pero no, al final todos somos más o menos iguales, disfrutamos con más o con menos, pero el ser humano necesita momentos buenos y momentos malos para saber valorar unos y otros.

Simplemente, no os preocupéis si parece lo que no es... todas esas sonrisas, todos esos maravillosos momentos, son sólo invenciones digitales irreales, nunca existieron realmente. Imaginad ese momento en el que estáis tranquilamente sentados en un bar y de pronto alguien dice: "eh, hagámonos una foto". ¿Sonreís todos como si no hubiera un mañana? ¿Estabais sonriendo justo antes de proponer lo de la foto? ¿Entonces por qué pretendemos hacer parecer que estamos felices? ¿Por qué antes la gente no sonreía tanto en las fotos? Son tonterías, sí, al final uno quiere verse feliz si rememora viejos recuerdos, si visiona viejas fotografías, es normal. ¿Quién querría publicar una foto suya que le hicieron cuando estaba enfadado? ¿Para qué mostrarnos de verdad como somos o mostrar que tenemos momentos en que no somos tan perfectos?

Es simple, sí, las redes no son la realidad, hay que tenerlo claro, son sólo maquiavélicos bocados sesgados de lo que nos rodea, no le den más vueltas, no tiene sentido; y disfruten de sus vidas, dejando a los demás que hagan lo que quieran publicando o no las suyas.

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