28 enero, 2022

Las despedidas, el último baile

Hoy es el último día, día de despedida, la última vez que os encontráis todos, que os encontráis en el mismo lugar, que todo sigue como antes fue, etc.  Hoy sabemos que es el último día, pero tampoco podemos hacer mucho más que intentar atesorarlo y ya... igualmente será inútil, pues se perderá inexorable igualmente.

Despedidas hay muchas en nuestra vida, dependiendo de cada persona, claro: el último día de guardería, el último en parvulitos, el último en la EGB o la primaria, el último día de instituto, de Universidad, de cursillo, la última navidad con tu abuelo moribundo, con tus padres, la última galleta de la caja de una marca que ya no venden, el último número de la revista, el último capítulo, la última película de un genio, el último partido de una leyenda, el último concierto de un grande, la última actuación con tu grupo, el último hablante de un idioma, el último día de un maravilloso viaje, de un maravilloso periplo, de una maravillosa y memorable excursión...

Sí, en algunos casos algunos contactos quedarán, muchos que compartimos todos esos primeros días hasta el último seguimos en el mundo, obviamente, pero el grupo, lo que fue, su esencia, quedará congelado para siempre en su fecha, en un rango de fechas muy concreto y cuyo día final ya se sabe. Sí, se puede quedar después, pero nunca será ya lo mismo.


 

Diría que se disfruta más de las cosas cuando sabes que el año que viene estarán ahí, cuando estás seguro de ello pese a que siempre todo pueda romperse en mil pedazos en cualquier momento. Se disfruta más de las cosas cuando piensas que son eternas, y no cuando sabes que es el final, porque el último día tienes la impotencia de no poder rechupetearlo todo como merecería la ocasión, pues es imposible recuperar todos los abrazos, todos los mimos, todas las caricias, todas las sensaciones de toda una vida, de toda una existencia, en un último día.

Ay, eso que llaman el "último baile", cuando una persona, un grupo, lo que sea (últimamente muy típico en el caso de grupos deportivos, como el último baile del famoso equipo de los Bulls en la NBA de los 90, el último baile de nuestra generación de oro del basket, no sé si en 2016, o el último baile de nuestros hispanos del balonmano en los JJOO de 2021). Pasa igual, el último año, el último campeonato, pese a ser sublime, ya no se disfruta igual, porque la melancolía, el miedo a lo desconocido que vendrá, y la nostalgia hacen que no puedas, como cuando antes pensabas que todo sería eterno, pero no lo es.

Recuerdo despedidas sonadas en mi vida, como aquella vez con 10 años cuando ambos primos nos fuimos llorando, aquella de mi madre, mi prima y mi tía hace pronto 10 años o cuando se retiraron algunas glorias deportivas que amaba. Recuerdo ese último día de instituto y su anexo en forma de selectividad, igual de desgarrador, como intentando seguir paladeando algo que ya no existe, que se te ha escapado entre las manos. 

Luego están las veces que un final, que una despedida es preludio supuesto de algo mejor, y entonces sí que paladeas con ansiedad la despedida, pero como queriendo que termine ya, que viene lo bueno, como cuando acabas un curso inicial y empiezas a saco con el avanzado, como cuando te quitas los ruedines y te tiras como un loco en equilibrio, como cuando terminas una guardería o un colegio para ir de verdad con los mayores... y no te das cuenta de que esas también fueron unas despedidas de algo que perdiste para siempre. 

Otras veces están enmascaradas en fiestas, pues ese día final armándola gorda puede tener un gran efecto sanador, al menos para las heridas causadas por la pérdida que llega. Ya habrá tiempo de lamentarlo, pero hoy es tiempo de disfrutar.

Y luego están las chorradas que también algunos valoramos, como esa última lata de tentáculos de cefalópodo a la gallega que ya no se fabrica, y que algún día habrá que comerse y paladear como si fuera la última vez (sin habernos dado cuenta de que ya no va a saber igual que cuando sabíamos que existiría para siempre), como la última de las toallas del juego de toallas que compramos en su tiempo, de las macetitas que adquirimos al casarnos, como la última vez que decidimos ponernos esos zapatos que ya no daban más de sí, y recordábamos todo lo pasado con todos ellos, grandes celebraciones con pulpo a la gallega, grandes momentos de aseo con la toalla o días inolvidables calzando esos viejos zapatos.

Sí, las despedidas son duras y no hay más, son jirones en nuestra piel, son lanzadas, son picaduras, son arañazos de arriba a abajo. No, no hay vuelta atrás y no volverán. A veces son para mejor, pero aquí hablamos de las definitivas, de las pérdidas reales e inevitables, irreemplazables en cuanto a tener lo mismo, pero sí que en algunos casos uno puede aprender a vivir con lo nuevo y sentirse igual que con lo viejo.

Sólo os digo que ante cada una de vuestras despedidas vitales, seáis sinceros y leales con vosotros mismos, pues sí, hay que sentir ese duelo, ese luto. Atesorad el último día, pero al final es sólo uno más, ya no se puede hacer nada. Pasadlo bien y no acabéis con mal sabor de boca, que el último día no sea nada diferente de lo que pudo ser el primero o de cualquiera de la mitad, con eso, ya lleváis ganado el disfrute de esa despedida, pues no tiene sentido tener nostalgia aún de algo que no ha dejado de existir, aunque estemos apurándolo.

22 enero, 2022

La integración audiovisual infantil hoy día

Día soleado, doce de la mañana, colegio español, hordas de niños, niñas, niñes, niñis y niñus (que hoy en día la palabra niños ha perdido gran parte de su significado o de su radio de acción, y hay que completarla con las niñas para las femeninas, las niñes para las sin identificar, las niñis para las que ni estudian ni trabajan y las niñus para los cruces de humano y ñu, supongo) corren despavoridos jugando, cantando o riendo, y sobre todo y pese a todo: gritando. 

Bien, de pronto un grupo de ellos empiezan a hablar de los dibujos animados que vieron ayer en la tele y en ese mismo momento se pone en marcha un mecanismo de integración social que ni en los documentales del Nasional Yeografic: el rey de la manada establece la agenda y empieza a hablar de lo más interesante de la tarde, los mejores dibujos, los más vistos, los más de moda, y los palmeros aplauden con interés, subiendo la conversación en tono e intensidad. Los de la oposición intentan desviar el tema hacia otras temáticas, a veces, pocas, con suerte, y otras sin conseguir evitar que el rey se salga con la suya. Al mismo tiempo, una minoría de inadaptados escucha perplejo hablar de un tema del que no saben nada, pues no han visto los dibujos que vio ayer todo el mundo, y tampoco los que vio ayer un poco de menos gente, y simplemente silban, miran para otro lado y aceptan resignados su descenso social a los infiernos de los parias, de los impopulares. Mientras, el Rey y sus acólitos conversan enfervorecidos y relatan las letanías, las frases famosas o los chascarrillos más desternillantes, y todos se retroalimentan en una danza tribal magnífica, lo que aún causa más desdicha a los otros.

Nota: hablo en masculino porque me refiero a "individuos" o a "seres humanos", no a niños masculinos, obviamente para no degradar o invisibilizar a niñas, niñes, niñis y niñus.

 

 ¿Han cambiado en este sentido mucho los tiempos desde que los millenials éramos pequeños? Pues seguro que no tanto, ¿y desde que lo eran los Boomers? Pues un poquito más, pero aunque pensemos que al final son unos niños conversando sobre la tele, sí, la cosa ha dado un paso enorme y empieza a quedar muy lejos de lo que fue.

Antiguamente, en tiempos de los Boomers (hablamos de los 60, 70 y primeros 80), era mucho más fácil estar integrado, porque había uno o dos canales nada más, que eran la 1 y la 2 (también llamado UHF), por lo que todo el mundo que vio la tele ayer, vio lo mismo, salvo los detalles de ver una cosa a una hora o a otra. Dado que los infantes e infantas pasaban mucho tiempo jugando en la calle, ese tiempo se reducía, por lo que al final, en la conversación del día siguiente, todos podían estar más o menos integrados al haber visto los dibujos animados del día.


Luego, ya para los millenials, llegaron los canales autonómicos y las privadas, a finales de los 80 y primeros de los 90, por lo que el abanico de canales se ampliaba a 5 ó 6, empezando a haber cierta competencia entre ellos por los horarios infantiles, por lo que empezó a haber que decidir qué ver. En cualquier caso, seguía siendo más o menos fácil ver lo que veía todo el mundo, ya fueran los Caballeros del Zodíaco, el Goku ese, o las andanzas de Oliver y Benji, y siempre repitiéndose una y otra vez el Willy Fog, el Gnomo chiquitillo ese o Érase una vez la Vida.

Pero, ¿y hoy?  Pues hoy en día resulta endiabladamente diabólico, porque ya no hablamos de televisiones públicas, donde aparte de las privadas de entonces se han añadido unos 20 canales más, varios de ellos temáticos infantiles, como el Disney Chanel, el Boing o el Clan, y otros con franjas para niños como el Neox; sino que hay que añadir la televisión por satélite, por cable, donde hay muchos otros como Cartoon Network, Nickelodeon, Baby TV, etc... Y todavía más, con los programas infantiles existentes en las plataformas como Netflix, HBO, Amazon Prime, etc... Y aún más, con los vídeos de Youtube, Vimeo, etc... 

El problema se hace enorme, porque es prácticamente imposible saber qué están viendo los demás, qué ve la gente, y así no tienes seguridad de estar viendo lo más famoso, es muy complicado, y casi hay unos dibujos animados para cada niño, pese a que por afán de integrarse, muchos acabarán viendo lo mismo (aparte de que al final los que más pagan, más se anuncian o más merchandising tienen son los que más se conocen y más se ven, eso siempre pasó y pasará).

 

En cualquier caso, para los padres de ahora resulta complicadísimo, porque si pensamos que los dibujos de ahora no nos gustan y queremos ponerles las cosas de nuestra época, sí, verán una calidad mucho mayor, pero los convertiremos en parias sociales, ya que estarán viendo la Pantera Rosa, los Looney Tunes o los Autos Locos de nuestra época, a la misma vez que sus amigos ven la Patrulla Canina, el Doraemon, el Bob Esponja o la tal Hilda.  

Vamos, y en conclusión rápida: que no merece la pena hacerles ver lo antiguo porque no va a formar parte del acervo cultural de su generación, y salvo que haya varios padres en el grupo del colegio que decidan hacerles ver eso tan magnífico de los 80 y 90, estaríamos abocados a enseñarles lo actual, sin más: que vean los Gormiti, los Teen Titans Go! o el mundo de Gumball, que para eso son ellos ahora los niños.


Por cierto: En cualquier caso, no os libraréis de que os ponga La Pantera Rosa, la Aldea del Arce o Érase una Vez la Vida, es lo que hay, para eso nosotros somos ahora los padres.

--Imagen2, extraída de: https://www.serpadres.es/familia/tiempo-libre/fotos/series-de-dibujos-animados-de-los-80-y-90-estas-siguen-siendo-perfectas-para-los-ninos-221617706324/1--

16 enero, 2022

Mentiras, nuestra tolerancia máxima

Tenemos una tolerancia enorme a las mentiras, cosa que no debería ser así. Nos mienten los políticos, los vecinos, los vendedores, los hermanos, los amigos, los enemigos, los conocidos e incluso nos mentimos a nosotros mismos. ¿Por qué lo hacemos tan alegremente? ¿Lo llevamos en nuestro ADN?

No, no es plan de convertirnos en un mundo ideal y utópico sin mentiras como el de la película aquella en que no existía la mentira y un hombre descubre cómo mentir (decir "lo que no es", que lo llaman) y casi se hace el dueño de todo, mal enseñanza esa: el que miente es el que gana o el que tiene mejores cartas, pero yo diría que es el que hace trampas o tiene las cartas marcadas.

A mí, me cuesta mucho mentir, me pondría muy nervioso al hacerlo, y además no suele ser lo primero en lo que pienso, prácticamente no entiendo que sea lo natural y por consiguiente no soy nada perspicaz para descubrir que me están mintiendo. ¿Por qué iba a mentirme nadie? ¿Tan importante soy? Pues eso, igual que no miento, no me gusta que me mientan y aparte no me cabe en la cabeza que alguien pueda hacerlo. Sólo tolero levemente la mentira "para sobrevivir", como un derecho a "no declarar contra ti mismo", pero para nada la tergiversación absurda para trepar, para pisotear a otro, para permanecer en el cargo, esas cosas deberían ser inmediata y duramente castigadas si viviéramos en otra sociedad, y no en el paraíso de la mentira.

Desde que tengo uso de razón he sabido que los políticos nos mienten a diario, es su trabajo, incluso los presidentes, que si no han robado nada los del PSOE de González, que si hay armas en Irak los del PP de Aznar, que no hay ninguna crisis los del PSOE de Zapatero, que no han robado nada los del PSOE andaluz, que M.Rajoy no es nadie, los del PP de Rajoy (bueno, al tenerlo más fresco, del PP de Rajoy se me ocurren miles de mentiras, podéis coger la lista de ministros y añadirle la mentira de cada uno, y no pararéis), que Europa no deja hacer cierta cosa pero luego ante la presión social sí lo hacen, los del PSOE de Sánchez (bueno, del PSOE de Sánchez mentiras hay todos los días varias, se pierde la cuenta, y la tolerancia sube, claro, porque lo contrario es pillar una úlcera), y el partido político hereditario, la familia real, también lo han hecho, como cosacos, como bellacos, sin que la República les amenace como debería hacer por tamaña traición a la lealtad de los que les permitieron restaurar su antidemocrática institución cuando ya habían perdido el sitio.

Mentir, nos mienten muchísimo en los programas del corazón, basura visceral, casquería para gente que se deja ir, pero que vende mucho y hace ricos a los que entran al trapo, mentiras diarias y polígrafos que intentan descubrirlas, descubriéndolas, curiosamente, esto ayuda a que la tolerancia suba. 

Nos mienten, bueno, se mienten unos a otros en esos programas de citas, en el MHYV, en el de las First Dates, en tantos otros, para intentar agradar, para engañar, no para sobrevivir pues ahí no hay ninguna situación límite, y la tolerancia sigue subiendo.

Nos mienten en el mercado para subirnos el precio, nos mienten las telefónicas que se inventan subidas indiscriminadas, nos mienten las gasolineras cuando pactan los precios, nos mienten las eléctricas, los chinos con su etiqueta de la CE falsificada, los del Corte Inglés cuando venden todo un 25% más caro que otros siendo el mismo producto porque venden un estilo de vida mentiroso, nos miente el de Seur cuando no nos encuentra para dejar un paquete pese a haber perdido el día en casa, nos miente el portero que nos ha robado una carta, nos miente la de la limpieza que no ha limpiado tanto como dice, el albañil que no ha echado tantas horas, el fontanero que nos cobra un desplazamiento tal como si hubiera venido desde Budapest, el del taller que sólo le ha dado a un botón pero "sabía cuál botón pulsar", el director general cuando dice que no habrá despidos, y todo hace que nuestra tolerancia siga subiendo.


 

Y luego están las mentiras piadosas, que aunque tengan perdón, son otra forma de hacer subir la intolerancia, pues mienten los padres al llegar regalos de Navidad, mienten los abuelos de los feos cuando dicen que son los más guapos del mundo, el médico cuando insistimos en que nos diga el diagnóstico mortal al dedillo, el ATS (sí, millenial soy, qué pasa) cuando dice que no va a doler casi nada, la novia cuando dice que no es por nosotros que es por ella, el entrenador cuando dice que hemos hecho un gran partido a pesar de perder 4-0, la amiga que nos dice lo bien que nos sienta el nuevo chándal fosforito, los hijos cuando le dicen a mamá que las coles estaban "pasables", y desde pequeños e incluso en entornos amigables y cercanos, en casa, nuestra tolerancia va subiendo.

 Y es un todo mentiroso que se traslada a la calle, y casi podríamos hacer un ejercicio de ver las mentiras que nos sueltan a lo largo del día, porque a media mañana ya tendremos las 10 primeras mentiras.

Mentiras, más mentiras, y poco a poco empezamos a darnos cuenta de que vivimos en un mundo inventado, en un mundo impostado donde nada parece ser verdad pese a que sí exista hueco para la verdad si miramos detenidamente, y donde sí que tenemos cosas reales a las que agarrarnos, pero sí, parte de ello es debido a tener tanta tolerancia a la mentira, a entender que la mitad de las mentiras son normales, casi evidentes y necesarias, más allá de las comentadas piadosas o de las supervivientes que hemos de entender que nunca podríamos erradicarlas, que son parte de nuestro ADN superviviente, pero sí, hay todo un océano de mentiras innecesarias más allá y esas, lo siento pero no las entiendo ni las entenderé y señalaré a todo el que lo haga, negativamente.

¿Es algo actual? No, ya en el imperio romano pasaba, seguro, y en el sasánida también, y entre mis paisanos los túrdulos de Ipolca, evidentemente, eso es así, fue y será, inevitablemente, pero al menos que me quede este derecho al pataleo, a censurar que me mientan porque sí, a ser mentido sin motivo, y de camino censurarme por aquellas veces que lo haya hecho yo, que pocas son, pero seguro que del estilo de comérseme los deberes el perro he tenido alguna, que podríamos llamar mentira de supervivencia, pero que no lo es, porque la alternativa era apechugar y aprender, y al haber sobrevivido la mentira y en este caso tú, ni aprendes ni apechugas, así que también sería una mentira innecesaria por no ser algo tan grave que te pongan un cero, pero sí, con tierna edad crees que un cero es el fin del mundo, por lo que sí, te vas animando y mintiendo y al final eres lo que cualquier otro, un bellaco...


10 enero, 2022

Otra vez liado, mi libro

 Me hacen falta varios dedos de las manos para contar las veces que he pensado que no iba a poder continuar mi ritmo de publicación en el blog, a veces por haber empezado en un nuevo trabajo, por estar trabajando y estudiando, por estar preparando una tesis, otras por estar compaginando trabajo con impartir cursos online, por tener dos trabajos a la vez, por cuidar a familiares gravemente enfermos o incluso familiares recién nacidos, o por estar enfermo yo de la vista o de los mareos, que eso sí imposibilita del todo estar con un ordenador.

En todos esos casos he empezado a darme cuenta de que me costaba mucho sacar tiempo para escribir en el blog, para publicar entradas medianamente aceptables, con una calidad mínima exigida, ya sea por no poder explicarme bien, extenderme lo suficiente o simplemente haber reflexionado previamente y ordenado lo que quería decir, de modo que empezaban a ser más directas y al grano, sin tanto análisis y seguramente mucha menos coherencia de la que hubo, a lo que podría unir un lenguaje probablemente más inexacto gramaticalmente y puede que hasta con ciertos errores ortográficos impasables en su momento.


 

Total, que aunque he llevado bastante bien estos meses gracias a los teletrabajos y confinamientos, que me permitían ir escribiendo varios posts de golpe cuando tenía tiempo, ahora emprendo un nuevo proyecto que claramente me va a quitar el poco tiempo que tengo para ir escribiendo aquí (de hecho, escribiendo esto le estoy quitando claramente el tiempo al proyecto, pero al menos tenía que decirlo). No comentaré mucho, pero estoy escribiendo 100 páginas de un libro que debí haber escrito hace unos 15 años, porque material tengo de sobra, pero que nunca he empezado porque es una empresa enorme, de años. Esta vez, por un empuje recibido en el momento adecuado y porque se han dado las circunstancias, he pensado empezar a escribir 100 páginas (ni siquiera son las 100 primeras, son como 20 del principio, otras 20 luego y otras 60 de más tarde, así, un batiburrrillo) y luego Dios dirá. Es el hecho de tenerlo empezado el que da la posibilidad de acabarlo alguna vez, y aunque me arriesgue a que otro se me adelante y me "pise" el tema, no pasa nada, porque tampoco tengo claro que lo publicaría si lo terminara.

En fin, no os molesto más hablando de mi libro, pero sí, mi libro me implica horas y horas de investigación en la red, en mis archivos, y por supuesto madurarlo, clasificar la documentación e irlo escribiendo, retocando, puliendo... Eso en ratos cortos que me deja el trabajo diario (que hago con ordenador) o fines de semana, en ratos muy cortos que no le robe a la familia, difícil, muy difícil, y con mi ocio actual, probablemente tarea de años. Esa es un poco la medida que quiero coger con esas 100 páginas, que si me tiro por ejemplo 2 meses, y el libro es de 1000, pues serían 20 meses... o lo que sea. Os iré contando, y si efectivamente por fin veis que llevaba razón y estoy publicando menos y peor (esta vez sí creo que es la definitiva), sólo recordad que habrá tiempo para todo, y seguro que algún día volvemos a leernos con tanta asiduidad.

También podría escribir entradas muy cortas o mini-entradas, quién sabe. En fin, no adelantemos los acontecimientos, ahí os lo dejo, con este proyecto para 2022 empezado en 2021, otra vez liado...

05 enero, 2022

Típico balance del año acabado (Año 16)

Que sí, que tradición ya de 16 años, pero me voy haciendo pesado, ¿a que sí? Total, que tras un año pasado que marcó un antes y un después en la vida de todos los vivos del mundo, llegó 2021, que venía con esperanzas pero que siguió siendo durante bastante tiempo una repetición machacona de lo que tuvimos el año anterior, y casi diría que así seguimos, pese a que esta vez todo pareció arreglarse del todo después del verano hasta acabar volviendo a caer en la misma piedra hace pocas semanas.

2021 ha sido el apéndice de 2020, o quizá 2020 fue el prólogo de 2021, quién sabe. No, no, 2020 fue mucho peor en el sentido del palo inesperado y apocalíptico, pero ya digo, 2021 ha sido un apéndice completamente honroso.

Personalmente se añaden varios hechos para decir que ha sido un año muy malo, y también algunos otros para decir lo contrario, y es que hemos sufrido grandes terremotos, algún susto, también muerte e incluso nacimientos para compensar, pero es todo una sensación agridulce de la que es difícil escapar.

Insistir en lo de siempre de estos meses: parece una distopía post-apocalíptica a la que hay que reconocer que ya nos hemos acostumbrado, y a la misma vez parece endiabladamente diabólico pensar que esto va a ser ya completamente definitivo, un antes y un después en la humanidad, como tantos que hubo en otras épocas que obviamente nos cambiaron para siempre, pero quizá pensábamos que sólo nos cambiarían cosas buenas, inventos, tecnologías y descubrimientos, pese a seguir habiendo cosas malas, calentamiento global, capa de ozono, tormentas solares, terremotos, cambio climático, permafrost, glaciares y polos derritiéndose, etc... y a todo eso sumamos el dichoso virus y sus dichosas variantes, mutaciones y locuras.

Ni que decir tiene que es el segundo año que permanecemos completamente en casa, sin hacer ningún viaje por pequeño que sea (me refiero vacacional, claro), esperemos que al final de 2022 la cosa haya cambiado, pero en este mundo que nos ha tocado, lo de las perspectivas es algo que se nos ha enseñado a tener muy pero que muy a corto plazo.

En cualquier caso, os deseo un 2022 igual que el que os deseé en 2019, un año estupendo y genial, no como otros que luego os deseé y no lo fueron. ¡Feliz 2022 a todo el mundo!