11 marzo, 2007

Ya eran muy viejos

Quizá pocos sean capaces de adivinarlo, de creérselo, pero esos ancianos arrugados y decrépitos que se deslizan lentamente por la calle fueron un día jóvenes como nosotros, dinámicos, alegres, saludables. Ahora dan sensación de tristeza, de pena, como si llevaran ya escritos en sus casi centenarios cuerpos los cercanos pasos de la muerte que les acecha. Como si en esa mirada perdida bajo una catarata vieran ese infinito designio del destino.

Escucho a veces cosas como: “ya era muy viejo”, como si la muerte de una persona mayor ya apenas importase (que está claro que comparada con la de una joven, ésta es más dramática por no haber podido disfrutar tanto de la vida). La típica muerte del abuelo de 96 años que apenas parece dar tristeza a los familiares cuando les das el pésame, con la excusa de que “total, eran muy viejos ya” (claro, y probablemente sufran menos tristeza si la herencia no es sustanciosa...). Aquí es cuando reflexiono y me doy cuenta de una verdad inescrutable: algún día (ojalá), cualquiera de nosotros será uno de esos ancianos cuya muerte será tratada de: “bueno, total, era ya muy viejo”, y no le importará demasiado a nadie. ¿Tan cruel es la sociedad en que vivimos, que nos va dando importancia conforme cumplimos años y al final nos la va quitando desde cierto punto hasta que deja de ser relevante incluso nuestra desaparición?

No creo que los que piensan eso quieran ser tratados así, pero quizá así es la vida simplemente. Triste a veces, porque quizá yo lloré la muerte de aquel gran hombre más que incluso sus más allegados, porque a mí me cayó bien desde el principio desde que lo conocí hace casi 15 años, porque quizá al no tener yo ya abuelos hacía míos los de los demás. ¿Por qué iba a ser insignificante su muerte por producirse antes o después?, pues al fin y al cabo su pérdida es igual se produzca cuando se produzca. Si a mí me dolieron esos comentarios, imaginemos a él, que seguro que también correteaba por las calles en los años 20 (como nosotros en los 90), que combatiría en la Guerra Civil, que trabajaría como un negro hasta la década de los 80, que se convirtió en un anciano amable, apacible, simpático, coherente… y que hasta el final conservó la cabeza en su sitio.

Vaya desde aquí un homenaje para todos los abuelos del cielo, en especial a los míos y al que me hizo reflexionar sobre esto. Vuestra huella no se borrará nunca, quizá la memoria de la humanidad sea corta, pero la misma Tierra jamás olvidará el rastro de vuestra existencia.

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