Adultos regañones, pasados y futuros regañados
Es fácil verlo, son dos situaciones distintas, pero tan parecidas...
1- Una niña come un polo de chocolate en el parque. De pronto se le cae un poco en la camiseta, ensuciándola sin remedio. A la lavadora y punto, claro, pero la madre cuando la ve le echa un regaño bestial, como si ella no se hubiera manchado nunca.
2- Unos ancianos padres comen con varios de sus hijos. En esto que llega un conocido a la mesa, y rápidamente el padre se levante y va a buscar otra silla para este amigo. Sus hijos le echan un regaño espectacular por levantarse, como si no fuera una buena acción, como si fuera tonto...
Es curiosa la naturaleza de nosotros, los adultos, sí, esas personas entre 15 y 65 años aproximadamente, que nos creemos los dueños del mundo, por encima del bien y del mal, y con derecho para regañar o tratar de tontos a los aún sin experiencia niños y a los ya chochos ancianos.
Al final los adultos siempre acabamos regañando a nuestros padres y a nuestros hijos, cascarrabias de nosotros, como si nosotros fuéramos perfectos. En vez de dar las gracias por algo que nuestros niños o nuestros mayores nos cogen o traen, les regañamos por ello, porque supuestamente lo hacemos por su bien, para que no se muevan o se hagan daño, pero ellos también lo hacen para sentirse útiles, para ser útiles, para ayudar, y así se lo pagamos…
Es cierto que a veces hacen alguna trastada por ayudar, pero no estaría de más tener menos estrés, estar menos tensos; pero como se entiende que nosotros tenemos que tirar del carro, de niños y de mayores, pues la presión nos puede y contestamos mal, para simplificar, preferimos hacerlo nosotros porque somos los capaces y los que vamos a hacerlo bien, que permitirnos que otros más torpes nos ayuden y puedan hacerlo mal.
Algún día nos tocará. Parece que ya no recordamos cuando éramos niños e inútiles, algún día seremos mayores, y aun cuando todavía podamos hacer las cosas, veremos impotentes cómo no nos dejan, para eso que nos aparten en un lado como a viejos y polvorientos jarrones, cosa dura esta que viviremos en esa futura vida de ceros a la izquierda.
¿No se os ha partido el corazón alguna vez al ver a una madre que regaña o incluso da una colleja sin razón a una niña, quizá de forma algo desproporcionada? ¿No se os rompe en mil pedazos cuando veis a un hijo cincuentón regañar a su padre por haberse levantado o subido a algún sitio que el hijo considera peligroso? Sí, la colleja era para educar a la niña, pero hay que tener más mano izquierda con los niños; sí, el regaño era por el bien del padre, porque el hijo lo ama y no quiere que se haga daño, sí, pero peor es para el padre sentirse un inútil, un ser de cristal, casi inerte ya, un frágil y ligero soplo de aire podría llevárselo para siempre, una caída, un esfuerzo tonto...
Los padres también lloran en silencio por eso, y por supuesto los niños.
Desde aquí os animo a todos a hacer la prueba chicos y chicas maduros: poneos en el lugar de vuestros padres e hijos y pensad si con algo más de dulzura y comprensión no serían ellos más felices, y no estaríais vosotros menos estresados, más tranquilos, por saber que ellos lo son... Pensadlo.
Bueno, os dejo, que voy a regañar a mi niño porque ese album de fotos familiares que se ha puesto a ver no se toca porque puede estropearse, y prefiero que nadie lo abra nunca para conservarlo para generaciones venideras a las que no les importará un comino el album, lo ataré a la silla para que no se mueva, y quede así triste e inmóvil como los niños deberían estar para no molestar. En cuanto termine de eso voy a regañar a mi padre por haber subido por las escaleras, él debería usar sólo el ascensor, pues se puede caer, y no salir a la calle para que no le pase nada, pues así, viéndolo triste y aburrido en el sofá me siento menos estresado y sé que no me causará problemas...
Adultos regañones, pasados niños que fuimos regañados, futuros ancianos que recibirán su merecido...