Decía el otro día un señor de esos que entienden de literatura, de filosofía, de artes plásticas, naturales, sociales, informática, recreo o educación física que todos tenemos algo que sólo nosotros sabemos, y que por eso la única manera de conservar ese conocimiento es expresándolo, ya sea de voz, ya sea escrito o incluso puede que telepáticamente, quién sabe...
Es algo que ya he comentado muchas veces en el blog, mi famoso "si tenéis algo que decir, que escribir, decidlo, escribidlo, porque si vosotros no lo hacéis, nadie lo hará, y se pierde...". Es otra forma de expresar que todos somos únicos, que no hay dos iguales, y que todos y cada uno de nosotros tenemos conocimientos que nadie más tiene, y por eso deberíamos expresarlos, todos y cada uno de nosotros, alfabetos y analfabetos, letrados e iletrados, todos deberíamos tener ese lugar reservado para hacerlo, nuestra propia palestra, nuestra tarima, nuestro estrado, donde decir lo que nadie puede decir, donde contar nuestra propia novela, donde gritar a los cuatro vientos: esto soy yo, esto es mío, y ahora os lo lego para el futuro...
Yo llevo ya demasiados años lanzando botellas al mar, y mientras tenga tiempo parece que no dejaré de hacerlo, e incluso cuando no lo tenga, cuando vengan los quintillizos, lo intentaré cuando pueda, cuando tenga un hueco, cuando cumplan los 28... Otros no lo habéis hecho aún, pero hacedlo, ha de saberse, es conocimiento que se pierde sin duda en la nada, en la amalgama de las almas perdidas y olvidadas.
No, no hablo de rajar sobre la vecina del quinto ahora fallecida, que se beneficiaba al del butano semana tras semana, eso no tiene gracia alguna salvo que sea clave para entender nuestro presente, nuestro futuro, que lo dudo... pero sí quizá de sus motivaciones, para expresarlas, motivaciones propias de un individuo como ella, que un buen día supo ver que su marido también le ponía los cuernos con su secretaria, y ni corta ni perezosa se lanzó al adulterio vengativo.
No, no hablo de detalles nimios como esos, no hablo más que de la propia vida, de sentimientos, de inclinaciones, de explicar y entender cómo somos, humanos que vagamos perdidos en un mundo que no entendemos y que siempre volvemos a tener que explicarnos, porque los ancianos que sí que lo entienden y conocen van desapareciendo sin dejar rastro, sin dejar ese poso... Sí, las ciencias tienen otra suerte, porque ellas van almacenando todo en libros, y es fácil leerlos y recordar lo que tantos hicieron, incluso la burguesía francesa del siglo XIX o la inglesa, o los episodios nacionales españoles de hace más de un siglo tienen el recuerdo gracias a decenas, a cientos de novelas. Incluso el siglo XX tiene su Colmena, su Nada, teniendo así un recuerdo la gente que hizo de verdad la historia, pero... ¿quién almacenó el conocimiento de Paula la frutera de la esquina, que murió con 97 años sin hijos ni nietos vivos ya?, ¿quién ordenó los pensamientos de Desiderio el cabrero de la Sierra de Segura?, ¿quién plasmó en viejos papeles las letanías de la bisabuela de Carlos, el huraño burgués de 80 años que se consume en su propio recuerdo del tiempo que pasó? Nadie... y se perdieron, porque ellos sabían algo que nadie más sabía, y no lo contaron, nadie les ayudó, y ya, todo eso es irrecuperable.
¿Vais a dejar vosotros que todo lo que nadie más sabe se pierda? ¿Vais a permitir que de vosotros no quede más que un hueco en las estadísticas?, ¿seréis otra alma olvidada?, ¿vais a ser capaces de pasar de puntillas por este mundo sin aportar nada?, ¿no se os ocurre alguna forma de salvar a las generaciones venideras de la ignorancia salvando para siempre lo que sólo vosotros podéis decir?
Pensadlo, y cuando lo tengáis claro, simplemente: decídnoslo, aquí estamos nosotros, todos los demás para aplaudiros...