Ya sé que no soy un hombre de mundo que pueda decir que haya visto todo y que nada le sorprenda, y por eso supongo que en Burkina, Herzegovina o Filipinas esto pueda ser algo normal, no lo sé, pero resulta que es la primera vez en mi vida que veo algo así.
Paseando hoy por la calle, haciendo las típicas tediosas gestiones burocráticas mañaneras, pasé por casualidad por un portal. De lejos ya se intuía la fregona, moviéndose seguramente con brío, probablemente llevada por las callosas manos de una mujer madura, con lustros de experiencia en el sector. Las losetas mojadas me confirmaban la tarea que allí se estaba llevando a cabo: sin duda había una mujer de la limpieza fregando el zagúan y la entrada de un edificio.
Cuando llegué justo a la puerta, mi sorpresa fue mayúscula: la mujer de la limpieza era un hombre; sí, lo que oyen, un pionero rompiendo barreras en pos de la integración del hombre y de la igualdad de sexos en nuestra sociedad. El individuo parece joven, de unos 30-35 años, y su procedencia es probablemente sudamericana, por ciertos rasgos andinos que se dejan intuir en su cara o su tipo de pelo. Lo normal, lo habitual habría sido encontrarme a su mujer, o a su hermana, con rasgos muy parecidos, pero con pelo largo, con pechos y con una complexión algo más ancha (no sé por qué, pero las mujeres venidas de esta zona del mundo tienen un patrón bastante habitual de "bajita rellenita", sin que lo que estoy diciendo suene peyorativo, dios o Pachá Camac me libren de ello).
En fin, allí estaba él, rompiendo mis esquemas mentales, y seguro que como él, miles de esforzados hombres luchando por abrirse camino en un mundo de mujeres, donde se les mira por encima del hombro, donde se les ponen trabas, donde se cuchichea a sus espaldas e incluso de frente. Esos hombres que demuestran día a día que un hombre puede hacer exactamente lo mismo que casi cualquier mujer, pese a que el feminismo presente aún en la sociedad no quiera verlo; esos hombres que están cambiando poco a poco la sociedad, aunque aún sean pocos, aunque sus nombres aún suenen raros: "mujer de la limpieza hombre", "azafata masculina", "recepcionista tío", "nadador sincronizado", "niñero", "modisto", "telefonisto", "enfermero", "hombre de compañía", etc...
Eso sí, no quería pasar sin decir una cosa: mi pionero no era precisamente el summun del garbo, de la técnica del fregado, no empapaba el suelo con gracilidad, ni hacía deslizar el jopo con la suavidad necesaria. Su movimiento se asemejaba más al de un robot, así, con ese asir tan ortopédico del palo, con esas manos agarrotadas, con ese sube y baja tan forzado, con esa espalda indebidamente inclinada. De hecho, probablemente alguna catedrática del oficio me podría añadir algunos errores más, como la equivocada colocación de las manos, la dificultosa situación de los dedos, y la complicada posición de los pies. En fin, que precisamente el chico no era un Fred Astaire de la limpieza de portales, pero no, ahí no estaba su importancia, si fuera por eso rápidamente cualquiera le diría con razón "¡los hombres a los talleres a arreglar coches, que no sabes fregar!; no, hay que dejarle aprender, hay que dejarle crecer, está andando un camino para el sexo masculino que nadie hasta ahora había andado: el de ser mujer de la limpieza de portal.
Simplemente démosle el beneficio de la duda y dejémonos de estereotipos del tipo: "las mujeres no saben programar el vídeo, conducir, detectar un fuera de juego, de mecánica, etc... y los hombres no tienen sentimientos, no saben cocinar, ni fregar, ni coser, ni combinar la ropa, etc... Estoy seguro que si en 3 años lo vuelvo a ver al pasar, será una sinfonía sincronizada de optimizados movimientos que dejen todo como una patena en un periquete, seguro. Y en todo caso, ¡bravo por ti!, pionero anónimo.
Continuando con mi paseo, segundos después comencé a subir por una escalinata, crucé un semáforo y pasé al lado de un banco donde estaba sentada una escultura leyente de Elena Martín Vivaldi, mujer pionera también, claro...