Mi poesía regalada por un viejo poeta
Hace un tiempo, un viejo amigo imaginario me hizo un gran regalo. Me dijo que podía escoger entre todas sus poesías, entre todos sus viejos escritos y elegir uno que sería mío para siempre, no el papel, sino la autoría...
Lo primero que pensé fue que es imposible desligar a un autor de su obra, pues aunque se pierda el nombre del autor, o alguien usurpe dicha autoría, al final hay un algo, un alma en esa obra que perdura y que persiste a lo largo del tiempo. Un alma que los hombres aún no son capaces de detectar, un algo que es animado en la obra, en una obra que suele ser algo inerte, y que por eso suele sobrevivir a los autores, porque las obras no mueren. Bueno, sí, las obras pueden casi morir como los humanos, cuando son olvidadas, cuando de la faz de la Tierra desaparecen; y eso no es más que el morir humano, pues los humanos pueden seguir vivos durante decenios, durante centenas de años, incluso milenios, mientras alguien los recuerda, mientras algo existe que les nombra, les cita o les homenajea. Igual pasa con las obras, aunque al final, todos, obras y humanos desapareceremos.
Por tanto, y pensando en que jamás un autor puede deshacerse de su autoría, pues en la obra queda siempre un halo de su creador, sí que pensé que esto podría ser como una adopción. -Es verdad-, pensé, -cuando un niño es adoptado, sus padres van a ser para siempre los adoptivos, no ya padres adoptivos, sino padres de verdad, dado que no tiene, ha tenido ni conocerá otros distintos de esos. De hecho no se conoce ni se sabrá quiénes son los padre que lo engendraron. Así es como puede ocurrir con las obras, igual que con los adoptados, aunque siempre quedará también en el niño adoptado un halo, un algo (en este caso llamado código genético) que claramente dice quiénes son sus verdaderos progenitores. Igual ocurre con las obras, pero de un modo totalmente distinto, de un modo que los hombres aún no alcanzamos a comprender, y que nunca seguramente lo hagamos-.
Pues bien, y a lo que iba: ese día me acerqué a su casa con un poco de incertidumbre, casi con un leve temor diría yo. Lo primero era la gran presión a la que me vería sometido en el momento de la elección: ¿elegiría bien? ¿y si la obra luego me sale rana como un niño adoptado? ¿y si elijo una poesía demasiado grande para mí, demasiado importante o demasiado magnífica, que nadie podría entender cómo fui yo el autor? Esos pensamientos se juntaban con otros, referidos a si realmente yo era digno, pero prefería pensar que si en su sabiduría, mi amigo había decidido regalarme una de sus obras, eso sería bueno, por meditado y porque hay que respetar las decisiones de las personas buenas.
Cuando entré, ahí estaban, efectivamente, sus poesías, sus obras, unas altas, otras bajas, otras grandes y pequeñas, unas en prosa y otras en verso, unas surrealistas y otras realistas, asonantes y consonantes, barrocas y modernistas, antiguas y modernas, heptasílabas y alejandrinas, quién sabe cómo iba a hacerlo, pero como convenimos: desde mi entrada tenía sólo 2 horas hasta elegir, y punto.
Busqué y rebusqué, pensando que seguramente no iba a quedar contento, no podría encontrar algo correcto que me dejara satisfecho. Pasó media hora y nada, y otra media hora más, y a mitad de camino le pedí ayuda, pero era en vano. A diez minutos del final lo tenía todo casi perdido, y ahí estaba, una de sus viejas libretas de instituto, -por qué no echar una ojeada-, pensé. Qué maravillosas glosas habría allí, creadas por su aún moldeable y ultrapotencial cerebro, con infinitas posibilidades y conexiones sinápticas por realizar. Hojeé rápido, sin pararme demasiado a pensar, y aunque el tiempo se acababa, finalmente di con mi regalo. Metí un marcapáginas y llamé a mi amigo. Me dijo: "buena elección, se trata de mi época díscola adolescente pre-cubista", y yo le creí como sin darme cuenta de que se estaba cachondeando de mí. Nos despedimos hasta otra vez, quizá hasta algún certamen del próximo verano, y le di las gracias por su regalo. Ahora esa creación ya no era suya, era mía, y como propietario de los derechos de autor, aquí la tenéis, para regocijo de todos. Quizá siento no haber encontrado nada mejor, pero también creo que no soy digno para haber cogido algo de su gran época, así que creo que hice bien. Mi gran poesía regalada por el gran poeta, se titula: "Un último sueño, una última voluntad":
Soñando, hoy
De lo que pudo ser y no fue
De lo que quise y no cogí
De lo que deseé y no hice
Un mar de esperanza
Un brillo de la luz solar
Como en un cuento infantil
Pongo mi corazón en una balanza
En un lado el susodicho
En otro pongo todo lo malo
La caja de pandora que pongo
Sólo quiere acabar con mi vida
Es un sueño
Una insignificancia
Es un sueño
Entre un universo extenso
Un simple sueño
De un pequeño ser
Un pequeño sueño
De un pequeño integrante
De un pequeño planeta
En este vasto universo
Que lo hace feliz
Que le hace levantarse feliz
Que le hace desayunar feliz
Que le hace afeitarse muy feliz
Y que saliendo a la calle feliz
Le recuerda momentos pasados
De un tiempo siempre mejor
De un tiempo de alegría
Que pudo ser
Y no fue
Y sólo con haberlo vivido importa
Pues no quisieran volver atrás
Los demás
Pero el sueño dura lo que dura la felicidad
Alargándose por la mañana,
Hasta su muerte, horas después
Pocos sobreviven un día
Otros para siempre
Recuerdos de un tiempo mejor
Que ojalá fuera hoy
Te hace pensar
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