Mirando pa Cuenca
Cuenca es una de esas ciudades o provincias olvidadas de España. No es que no sea conocida, que lo es mucho más que otras, pero sí es cierto que frente a las ciudades capitalinas y de costa, queda siempre relegada.
Si preguntamos en general dónde está Cuenca, muchos sabrán que no tiene mar, y algunos que "por el centro anda", pero pocos sabrían colocarla en el mapa con certeza, confundiéndola con Guadalajara, Teruel, Toledo, Albacete o incluso Soria. Ni siquiera si está por encima o por debajo de Madrid. A eso contribuye que no haya otras ciudades de tamaño grande en la provincia y que en general al estar completamente llena de bosques el acceso tampoco sea fácil como suele ocurrir con estas zonas de la Meseta a la derecha de la capital española.
Cuenca es la ciudad flanqueada por el Huécar y el Júcar, que excavan en la roca a lo largo de su recorrido maravillosos parajes, hoces y cañones profundos que maravillan al que los contempla y que llenan de vida todo ese camino el uno hacia el otro y finalmente juntos hacia el Mediterráneo.
Cuenca es una ciudad claramente diferenciada en dos: la Cuenca moderna, llana en el valle, y la Cuenca histórica, escarpada, tumbada a lo largo de esas montañas agrestes, con calles empinadas imposibles, paisajes pintorescos y arquitecturas arriesgadas, con rincones de leyenda.
Conocidísimas son las conquenses Casas Colgadas, que no colgantes (eso serían los puentes), que no son más que tres, aunque por su fama parecieran ser cientas, lo que no quita para que esa vista desde el puente del Huécar no deba ser casi obligatoria, y por supuesto su famosa Torre Mangana, la catedral, la tortuosa subida al castillo y todo el paisaje magnífico a las riberas de ambos ríos.
Cuenca también es su serranía, cercana y de fácil acceso al menos en sus más conocidos lugares, como la Ciudad Encantada, con su imaginativa imaginería en piedra labrada por el tiempo geológico, que a cualquiera lleva a lejanas tierras donde gigantes animales luchan o mares de piedra amenazan con apresarlo a uno a perpetuidad en su fondo, haciéndote sentirte muy pequeño, no ya en tamaño, sino en el tiempo.
Cerca también encontramos preciosos y acuáticos lugares como la Laguna de Uña o los lagos y lagunillos de Cañada del Hoyo, cambiantes de color, rebosantes de naturaleza como toda la serranía. Incluso por supuesto las cascadas del Cuervo o de la Balsa, todo dentro de una sierra plena de vida y lejana del mundanal ruido, cuando esto cada vez resulta más difícil. Sin duda las rutas de senderismo o los paseos cerca de todos estos lugares merecen completamente la pena.
Tuvimos la suerte además en nuestra visita de dormir en una vieja posada de arrieros pegada al Huécar, en lo que constituía un precioso paseo al lado del pequeño río, similar al Darro granadino, con una belleza y ambiente también parecido, cosa que no ocurría a la hora de comer, ya que por ejemplo no contamos con tapas gratis como en otros lugares, salvo algunos torreznos típicos (que a algunos gustarán y a otros no).
Y así, en pocos días Cuenca se nos reveló, sencilla, sin aspavientos, simplemente ahí recostada en sus rocosas montañas, mientras moría ya el verano, mientras las noches comenzaban a ser más frías, en una zona acostumbrada a serlo. Así, esta semana estuvimos por primera vez "mirando pa Cuenca", desde la Cuenca misma, qué mejor lugar para hacerlo.