Esas viejas Nochebuenas de pequeños
Nochebuena es una de esas 4-5 noches más mágicas del año, como la de San Juan, la de Reyes, del 31 de diciembre o la de la final del Gran Hermano. El 24 de diciembre nada menos, un día antes de Navidad y una semana antes de terminar el año que se nos va, sea cual sea y siempre igual.
Nochebuena siempre ha sido una noche familiar, hasta que los radicales que luchan por el final de nuestras costumbres acaben con ella (ojo, sólo de las costumbres que no les gustan, las otras pueden seguir). Esa noche en la que vuelves a ver a algunos de tus primos después de meses o un año, en la que vuelves a revivir la ilusión por Papa Noel, en la que vuelves a ver el discurso de nuestro majestad el Rey y la repetición de la repetición de la gala en la que se vuelve a lucir el gran Raphael.
Nochebuena a todos nos recuerda esos primeros años en los que teníamos incluso abuelos, y puede que hasta bisabuelos. Aquellos años en los que aún vivían nuestros padres, puede que todos nuestros hermanos e incluso muchos de nuestros primos, una familia estupenda y grande en la que no teníamos más responsabilidad que hartarnos de comer y por supuesto de jugar, sin más.
Nochebuena de aquellos años locos pidiendo el aguinaldo, junto a tantos niños a la vez, que salías a unas pocas pesetas, o en aquel grupo profesional de músicos de banda, rondalla y tuna, a veces con la riñonera llena de una recaudación de monedas, pero también de ilusiones y sensaciones. Nochebuena de petardos, bombas fétidas, nieve en spray y serpentinas. Nochebuena de villancicos e iluminación sobria, cuando los pueblos no se embarcaban en locas travesías por el título de mejor iluminado.
Nochebuenas de trabajar echando una mano hasta media tarde junto a mis tíos, primos, padre, hermanos, etc... levantando España que se podría decir. Nochebuenas de preparativos junto a mi madre y mis tías, de dejarlo todo impoluto en la casa para la cantidad de gente que se venía. Nochebuenas de vajilla nueva y mantelería de tela, bordada y de blanco nuclear.
Esas nochebuenas de consomé y bollitos de canapé, de violetes y croquetas, de huevo hilado, de tarta de manzana, esas otras de pularda o salmón ahumado con caviar. Nochebuenas donde nosotros éramos los niños, luego los adolescentes y después los mayores. Nochebuenas en las que faltó alguien, luego otro más, y después perdimos la cuenta los que quedábamos, cuando no era más que una cuenta atrás hasta que no hubiera más nochebuenas, sobreviviendo mientras hubiera algo que llamar "familia", en algo que a lo mejor ya no eran sino varias familias unidas resultantes de la inicial.
Nochebuenas magníficas cantando, relatando, riendo, contando chistes, anécdotas. Nochebuenas de vino de lujo, de copas de cerveza de bar, de tartas de fantasía, de apreturas. Años en los que apenas pasábamos de 10, otros con casi 30. Años en los que los nuevos matrimonios tenían que repartirse, y con cada boda íbamos perdiendo un nuevo integrante, no sólo con defunciones, mientras que poco a poco también había cierto relevo con los nacimientos.
Nochebuena flanqueada por un viejo árbolillo de Navidad, con un Belén magnífico de escayola, o con un Belén de piezas pequeñas y gran portal en el que alguien ha incluido playmobils y otros "ooparts", quizá a modo de caganer incluso, fuera de su Cataluña natal. Nochebuena con medio salón lleno de adornos que cuelgan de la lámpara hasta sitios insospechados donde el fixo los mantiene pegados. Nochebuena de cavas y champañas, de cocacolas y fantas, de decoración ya pasada de moda, incluso desaparecida o cambiada por otra más moderna. Nochebuenas de fotos inolvidables donde no faltaba nadie y todo parecía inconmensurablemente alegre.
Así se fueron pasando nuestras nochebuenas, mientras nos asustaba aquel PapaNoel malvado, mientras encontrábamos los juguetes al fondo del pasillo, mientras alguna inocencia se perdía demasiado pronto al saber que los padres tenían mucho que ver en todo eso, y todo mientras Raphael seguía cantando, mientras llamaban los que estaban lejos, mientras nuestro Niño se volvía a calentar, mientras los mayores mostraban alguna lágrima recordando a los abuelos, mientras nosotros los recordamos ahora, incluso mientras los demás nos recuerdan cuando ya no estamos, así, esas Nochebuenas.
Hoy es una más, una más que cumple el ciclo de las primeras 19 de este siglo, y seguramente las que queden. Hoy volverá a haber misa del gallo, pero diremos que ya no es como antes, y volveremos a sentarnos todos juntos, pero tampoco será igual porque los que faltan no están. Hoy volveremos a cantar villancicos, faltando algunas voces, aún sin integrar otras. Hoy volveremos a reír y volveremos a sentirnos parte de algo, con los nuestros, y por supuesto siempre sabiendo que nunca será igual, porque las nochebuenas de cuando eres pequeño jamás se pueden igualar.
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