16 septiembre, 2019

El observador externo de nuestro multiverso

Nos creemos únicos y especiales en nuestra casa, y a nuestra familia únicos e irrepetibles en nuestro barrio. A nuestro barrio el mejor de la ciudad, a la ciudad la escogida en nuestro país, a nuestro país el deseado en nuestro continente y a nuestro continente el más soñado de nuestro planeta, pero...

¿Y si nuestro planeta, galaxia, universo y finalmente multiverso, no fueran más que un objeto que puede ser visible por parte de un simple observador externo?

¿Y si somos tan pequeños que uno o varios observadores externos puedan tenernos casi en la palma de su mano, o en una especie de multiverso de juguete al modo de un trabajo manual de colegio? ¿Nos creeríamos entonces tan únicos y especiales? Pues obviamente sí, pero... si dentro de ese multiverso hay universos infinitos,  ¿no habría también infinitos planetas azules habitables como el nuestro, con sus infinitos magníficos países y sus infinitos y extraordinarios individuos iguales o más maravillosos que nosotros?

Sería curioso verlo ahí, a nuestro observador-no creador externo, que simplemente viene a vernos ahí, sin tener ese vínculo emocional que tendría nuestro Dios creador por haber sido nosotros su obra; no, el observador externo sólo va de paso, hacia otro lugar, y observa nuestro multiverso como si de un objeto curioso se tratara, quizá lo considere valioso, o quizá inútil y reemplazable.

Quizá el observador externo repare en nuestro planeta azul de aquella galaxia lechosa y nos vea ahí, tan extraños, tan únicos, tan repetibles por los millones de trillones de universos, pero tan creídos y tan egocéntricos antropocéntricamente hablando, y tendría lástima de nosotros, ahí, tan solos...





Nosotros hemos mandado por ahí cientos de sondas, cientos de cacharros intentando ir más allá, ver más allá, alcanzar hasta donde se pueda, a sabiendas de que jamás alcanzaremos a ir a donde nos llega la vista, porque nuestros telescopios son infinitamente más potentes que nuestra capacidad para volar por este universo, no ya para siquiera soñar con llegar a otro de los universos del multiverso que ve el observador externo.

Hemos mandado nuestro código genético, las canciones de los Beatles, nuestros pesos y medidas, nuestras matemáticas, siquiera pensando que son un lenguaje universal del multiverso, sin darnos cuenta de que lo que es "ser", "existir" o la "vida" no tienen sentido en tantos otros universos, donde por supuesto hay otras "cosas" que a su modo "existen", "viven" y "son", pero que jamás entenderían nuestras matemáticas, que son simples descriptoras del mundo creadas por nosotros, ni podrían escuchar un Let it Be, ni pretender pesar o medir con nuestros parámetros.

El observador externo nos mira con ternura, cada intento de buscar, de llegar lejos, de perdurar siquiera una vez hayamos sido conocidos por alguien "más allá", mientras nos autodestruimos, de manera que una vez no existamos, haya al otro lado del multiverso otros "seres" que puedan recordarnos, decir: sí, allí hubo un planeta azul maravilloso cuyos elementos integradores fueron causa de su final, fueran lo que fueran...

El observador se va cansando y se tiene que ir a casa que es tarde, y nos mira por últimos segundos, pensando quizá que la próxima vez que mire el multiverso, ni existiremos, porque puede que lo que nosotros llamamos billón de años, para él sea simplemente un minuto, en el caso de poder comparar escalas, y nos plasma en su memoria para siempre haciéndonos pasar a la eternidad, porque sabe que sólo ahí existiremos, porque no quedará rastro ni polvo de nuestra existencia para cuando alguien pudiera habernos detectado en otro de los universos.



Ternura, lástima y también un poco de orgullo, como observador-no creador externo, sin vínculo emocional alguno, que se daría cuenta de nuestro potencial, de nuestras posibilidades, de nuestros buenos sentimientos y de nuestro coraje cuando queremos enfocarlos hacia metas constructivas, y en cierta manera le imbuimos admiración por nosotros, a un ente observador externo que ni siquiera sabe lo que son los sentimientos, el coraje o la admiración que nosotros entendemos, pero que aun no sintiendo nada, es sensible a determinados pulsos electromagnéticos, que podríamos llamar, y eso, en su inefable naturaleza, es lo mismo que el sentido a la nuestra.

Y por última vez mira de reojo y se va, a sabiendas de que nos recuerda, dejando ir nuestro multiverso, caminando de vuelta a casa. Quizá mañana cuando vuelva a pasar por ahí, nosotros no existamos, nuestra galaxia y universo tampoco, y puede que en unos días ni el multiverso quede ya, y entonces se acordará de cuán preciosos éramos, porque ya no quedará multiverso alguno que admirar, y su vida será vacía y aburrida, siempre como observador externo que era, trabajo no remunerado que sin duda sería codiciadísimo en su sociedad.

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