30 años de Andalucía
Hoy se cumplieron 30 años del Estatuto de Autonomía de Andalucía, por el cual España reconocía a esta región diferentes reivindicaciones históricas, y le otorgaba legalidad a esa identidad propia que los habitantes del sur de España han tenido desde tiempos inmemoriales.
Para mí, Andalucía, la bandera blanca y verde, Blas Infante, el himno y demás, estuvieron ahí desde que nací, por lo que no le di más importancia, aunque no existieron desde siempre. En mi niñez llegó el adoctrinamiento en las escuelas, uno más que unirse a otros que sufrimos/disfrutamos. Símbolos que aprenderse, himnos que cantar, banderitas que dibujar, murales, mosaicos, collages..., algunos de ellos con un significado difícil aún de explicar hasta para los propios maestros. En todo caso, representaciones del lugar de donde venimos, y resultado de la lucha y las ilusiones de mucha gente.
Por entonces supimos que catalanes, murcianos, gallegos o castellanoleoneses eran a España lo mismo que Andalucía: comunidades autónomas, regiones o como se les quiera llamar. Todas con sus colores y escudos, incluso después con sus selecciones deportivas, días de la fiesta nacional (o autonómica), hijos predilectos, bailes regionales, folklore y tópicos, como siempre.
Con el tiempo, el estado español fue transfiriendo competencias, llegando al punto de que ahora es casi imposible gobernar el país, por estar la educación, la sanidad, la justicia o los propios impuestos bajo el dominio de las autonomías, sin que el Estado pueda intervenir o tener voz y voto.
Al final el resultado es un proceso largo en el que no está claro cómo terminará. Las autonomías se han convertido en una más de esas cosas que nos separan a los españoles, que nos enfrentan día tras día por querer ser más que el vecino, cuando realmente no haya mucha diferencia entre un cántabro y un asturiano, un navarro y un guipuzcoano, un turolense y un leridano, un murciano y un alicantino, un pacense y un onubense, etc, etc...
En mi caso, Andalucía, la Al-Andalus árabe, la Bética romana, la región que más ha dado a España para ser conocida en el mundo, y sin la cual no se entendería jamás la idiosincrasia, las costumbres y la forma de ser de los españoles, es la mía; pero a la vez que andaluz, me siento aragonés jotero, catalán culé, soriano numantino, celta de vigo, heladero de alacant, isleño tinerfeño, moro ceutí o primo cuarto o quinto de cubanos, guatemaltecos o chilenos, y muchas más cosas, de momento y mientras me dejen...
¡Y que viva Andalucía!
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