Y aquí me tienes, sentado en este sillón remendado que me acompaña desde hace décadas, tecleando las ideas que fluyen por mi cabeza y que llegan a mis dedos vertiginosamente, mucho más rápido que lo que ellos pueden teclear, dedos ya centenarios...
El mundo ha cambiado tanto en estas décadas... todo ha cambiado tanto... la gente ha cambiado tanto... ¿dónde han ido todos los mayores?, se fueron yendo poco a poco todos, los abuelos, los titos, los padres, los hermanos, los primos, incluso algunos sobrinos... vecinos, conocidos, ¿a dónde han ido? Llevo viendo más de 100 años cómo se van todos, pero sigo sin saber a dónde, dónde me esperan, dónde nos esperan a todos.
Mientras los mayores se iban, siempre quedaban otros, menos mayores que ellos, pero por encima de mí. Hoy ya sólo vivo con niñatos, niñatos que tienen 70 u 80 años a los que les llevo veinte. Ni que decir tiene que sé que hay otros más pequeños que ellos, niñatos de 40 ó 50 años que son tan pequeños ya en comparación mía que parecen de otro mundo. Los de menos de 30 están tan lejos que son como antepasados antediluvianos frente a los que ya no reconozco ni mi misma especie, con un lenguaje y vestimenta tan extraña como los que yo tenía cuando otros viejos me miraban a mí cuando yo era pequeño.
Es increíble, pero de pequeño recuerdo perfectamente ancianos que ahora sé que nacieron en 1910, y hoy podría contarle esto a niños nacidos en 2100, sí, podría decirse que en cierta manera he vivido el mundo o las personas durante 190 años. 190 años, se dice pronto, los 190 años de mayor progreso en la historia de la humanidad.
En 1910, en las casas no tenían radio, ni luz, ni agua, y los niños pequeños morían como moscas, obligando a los padres a tener 10 ó 12 para con suerte ver crecer a la tercera parte. Luego estaban las guerras, las epidemias incurables, y qué sé yo. Las personas eran auténticos ancianos decrépitos con 60 años, y te podría tocar la lotería más fácilmente que vivir sin haber perdido un par de sentidos o la movilidad con 80. Hoy esos niños del siglo XXII a los que se lo cuento ni me creen, me toman por loco, por anciano chocho, y tampoco se pueden creer lo que ven en los documentales de internet, que eso sí cambió nuestro mundo.
En 2105, ya ni siquiera tenemos lo que por entonces se llamaba casa, pues ahora vivimos aún más hacinados que en las grandes ciudades dormitorio de entonces, en edificios-colmena. Ya no hace falta un aparato de radio, ni existen los enchufes, pues las ondas fluyen a nuestro alrededor y mediante la neurona personal todos podemos conectarnos a internet, pero sí que aún es imposible vivir sin agua, una vez se resolvió el problema del aire contaminado.
Recuerdo tantas personas que fliparían sin pudieran ver lo que ahora puedo hacer... eso sí, hoy muchos se ríen de mí por seguir tecleando, pero no soy más que los ancianos de cuando yo era pequeño que aún seguían con sus viejas máquinas de escribir, un carroza que se niega a abandonar lo que desde siempre vivió con él.
Aquí me tienes, vivo aún, tras haber vivido de todo, tras haber estado cerca de morir varias veces, tras haber visitado medio mundo, tras haber sentido cerca el fin de nuestra civilización. Sólo trabajé hasta los 50, por suerte, pues después las leyes me permitieron jubilarme y tener un subsidio digno. Suerte sí que tuvieron mis hijos, pues no tuvieron que trabajar nunca, sólo vivir, suertuda época esta...
Ahora, escribo porque me ha venido la inspiración, porque la nostalgia me ha invadido mientras veía viejos vídeos de baloncesto de la época de Petrovic, Epi o Bodiroga, época previa a la que yo conocí, donde admiraba a la Bomba Navarro y su amigo larguirucho, que ahora ni me acuerdo del apellido, ay, neuronas de mi cerebro que se activan y desactivan, menos mal que ahora todo está en internet: ¡Gasol!, Pau Gasol, sí señor, ése fue un grande. Todavía dice la gente que está entre los 5 mejores jugadores españoles de la historia, pese a jugar en una época en la que el baloncesto aún estaba en sus comienzos.
En fin, aquí me tienes chocheando, escribiendo sin tener por qué, aprovechando mis últimos momentos, mis 105 años. No es mucha edad aún, lo reconozco, pero ya estoy cansado, y ya sólo vivo del pasado. Algún día soñé con ser un hombre bicentenario, cuando vi una vieja película que así se llamaba, sí, cuando el cine existía, pero hoy me he dado cuenta de que no podemos vivir para siempre, nos volveríamos completamente locos, nos quedaríamos completamente tristes al ver irse a gente que no volveremos a ver, que llevamos 200 años sin ver. Y sobre todo sería imposible tener hijos, porque, ¿dónde íbamos a meternos tantos en un planeta tan pequeño? Ay, recuerdo cuando era pequeño que se decía que viviríamos en Marte, ¡dónde quedó eso!, a lo único que llegamos es a tener colonias estables de unos cientos de astronautas que iban y venían durante los años 50, 60 y 70, pero más allá de experimentos, eso no cuajó. Sí lo hicieron los vuelos interestelares, pero sólo para ricos, que simplemente van, ven Plutón y vuelven, menudo gasto tonto en combustible...
En fin, termino ya, no quiero aburrirte. Decía que me he dado cuenta de que no podemos vivir para siempre, pues no quiero vivir ya mucho más. Casi no me quedan amigos, ni conocidos, casi no quedan mayores con los que reír hablando de viejas batallidas. Con los jóvenes no me entiendo, somos generaciones distintas, ellos lo han tenido todo, nunca han tenido que trabajar, ésa es la gran diferencia, y no me comprenden. Por suerte las neuronas personales acabaron con muchas de las demencias, y quizá por eso aún hoy me podéis leer, pero la lacra del cáncer que provocaron nuestros antepasados, ahí quedó... ellos provocaron que todo se llenara de un ambiente irrespirable, contaminado tanto química como físicamente, haciendo que nuestros cuerpos de finales del siglo XXI estén continuamente luchando contra el cáncer, sea con nuestros propios órganos o con unos fabricados en 3D y transplantados por alguno de los robots de Lenovo, y yo ya soy muy mayor para seguir en la lucha.
Así me despido por última vez de este viejo ordenador, escribo por última vez en este teclado. Quizá siga imprimando mis pensamientos en internet, pero desde mi neurona, porque a estos dedos también les ha llegado la hora del descanso. Hoy sé que aún me deben quedar 10 ó 15 años de vida, pues mi médico virtual y las constantes que mide diariamente así parecen pronosticarlo, pero estoy cansado, no entiendo este mundo y ya no tengo mucho más que hacer aquí. El siglo pasado era mucho más divertido, cuando había que trabajar, cuando sufríamos, cuando sentíamos dolor, cuando éramos sin duda humanos...