02 junio, 2020

Insumisos al capitalismo que nos manda al paro

Adiós para siempre a tantos...

La persona que nos recibía en la gasolinera preguntando "cuánto va a poner", con su uniforme y su riñonera para los dineros, que enchufaba la manguera al depósito con esa habilidad y luego nos sonreía y nos daba las buenas tardes.

La persona que nos vendía el billete de autobús, que nos respondía amablemente cuánto queda, que nos informaba de si venía lleno o no, que simplemente nos alegraba el día con su simpatía.

La persona que nos atendía en el banco para sacar dinero. "Cuánto va a ser", buenos días, qué tal, cómo estás, que vaya bien, cómo está tu madre, ¿y los niños?

La del videoclub, que nos recomendaba la última de Harrison Ford, que nos preguntaba si nos gustó aquella de miedo de la otra vez, que nos fiaba incluso o nos perdonaba cuando nos pasábamos por un día.

La que nos traía la pizza o las hamburguesas de los sábados, quizá la carta certificada, firme aquí mucha gracias.

La que barría nuestras calles todas las mañanas a primera hora a mano, como siempre se había hecho, conversando a la vez con los vecinos.

La que vendía la fruta, sabía de nosotros, conocía nuestra familia, nos decía lo guapos que eran nuestros niños, y nos recomendaba los plátanos que nos llevamos la otra vez.

La que nos cobraba en el Decathlon, casi sin tiempo para decir nada, pero sí al menos darnos una sonrisa, a la vez que nos soltaba un discurso robótico aprendido sobre la nueva tarjeta de puntos.

La que conducía el taxi que nos llevaba de vuelta a casa tras una noche loca, sin conversar, conversando, siendo discreta o todo lo contario.

La que nos llamaba de una compañía telefónica para ofrecernos la oferta de nuestras vidas, la borde, la superamable que daba ganas de añadirla al Facebook.

La de recepción del hotel, que nos ofrecía toda la simpatía posible, que estaba a total disposición, que nos explicaba la ciudad, que nos daba un mapa y nos recomendaba el restaurante de su primo. Buenas noches, buenos días, gracias por todo y hasta siempre, vuelvan pronto.

La que recogía las aceitunas, las naranjas, las cerezas, las lechugas...



Sí, muchos dirán desde su poltrona que esto es un simple progreso, que hay que saber ir hacia adelante, evolucionar, y que la culpa es de los que han ido al paro, que no han sabido adaptarse y eso les ha hecho desaparecer, sí, muchos que se creen ahora intocables, pero luego serán los que ahora se creen intocables:

Los maestros, sustituidos por tablets y plataformas online
Los cirujanos y dentistas, sustituidos por robots
Los programadores de robots, sustituidos por otros robots programados por ellos previamente
Los políticos, sustituidos por una anarquía total distópica
Los actores, sustituidos por hologramas
Los dibujantes y artistas, médicos, abogados y jueces, sustituidos por inteligencia artificial con todo el conocimiento existente y la capacidad para inferir más aún
Los periodistas, sustituidos por bots
Los entrenadores deportivos o atletas, sustituidos por robots
Los chefs, sustituidos por la Thermomix
Los curas y monjas, sustituidos en sí mismos por la muerte de la religión.
Los de recursos humanos, sustituidos por un ordenador

Y nos quedará muy poca cosa: el jefe de policía y el de bomberos, que más bien serán gestores del 112, los robots lo harán todo. El jefe de mecánicos y algún que otro peón, para cualquier dispositivo electrónico de los existentes. El jefe de la fábrica que tiene el poder de darle al botón on y off. Pocos, sólo los que interactúen, apaguen y enciendan los robots, las cadenas de montaje, todos los cacharritos que tenemos.



Y luego, simplemente pasearemos sin rumbo, o viviremos confinados en casa por el último virus distópico. Recibiremos una pequeña renta básica que apenas dará para un par de placeres al mes. Comeremos por simple placer, pues existirán esas pastillitas que nos alimentarán. Costará un pastón comer, claro, por ser un placer de ricos, pero nadie pasará hambre. Aburridos, saldremos a pasear como digo, pero todo estará vedado, habrá que pagar para ir a ciertos lugares, y habrá que hacer interminables colas para entrar en los aforos limitadísimos. Viviremos en pequeños habitáculos, nada de superar los 10 metros cuadrados por persona en las viviendas, y sucesivamente habremos perdido toda la libertad que teníamos a comienzos de 2020. Esto no tiene que ver con un virus, es el simple futuro que nos espera, que les espera, cuando ya es casi imposible revertirlo...


Y si quisiéramos hacerlo, quizá ya no sería tan sencillo, porque tendríamos que cambiar nuestra vida actual, aún humana, y perder cierta eficiencia que habíamos ganado, ciertas ventajas como no tener que interactuar con las personas que nos atienden, que se nos va olvidando y nos hacía humanos, tendríamos que hacer cosas como:

-Cambiar de compañía cuando la nuestra tiene atendiendo al teléfono a una máquina
-Echar gasolina sólo en gasolineras atendidas
-No usar las máquinas de pago automático en el Decathlon
-Negarnos a usar el transporte por dron en los envíos de Amazon
-No usar autobuses sin conductor
-Sacar el dinero de todo banco que obligue a usar sólo el cajero
-Seguir yendo al único videoclub que queda
-Seguir yendo a los restaurantes, no quedarnos a pedir desde casa
-Ir a las tiendas a probarnos ropa y comprarla allí, no tomar nota y hacerlo luego online.
-Negarnos a participar en esa pantomima de los hoteles robóticos
...

Y negarnos a participar básicamente en este capitalismo actual que a tantos, que a todos nos está mandando al paro como gente que ve a su vecino con las barbas pelando y no se nos ocurre más que mirar a otro lado porque no nos pasará.

No, no vamos hacia buen sitio, y como buenos borregos sumisos nos dejaremos conducir. Mientras tanto, a los que podáis saliros un momento del camino: haceros insumisos al capitalismo, quizá vuestros nietos lo agradezcan.


#QuédateEnTuProvincia y #NoOlvidesLaMascarilla

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