¿No os pasa que os gustan tanto las falsas alarmas como a mí?
¿No hay mayor placer en la vida que experimentar una falsa alarma? ¿No hay más felicidad que la que se vive cuando te das cuenta de que nada malo pasa? ¿No hay mayor segregación de dopamina y serotonina que cuando el alivio empapa todos los poros de tu piel?
Os lo garantizo como futuro tratamiento de belleza y antienvejecimiento, sería una especie de predisposición a una situación de tensión que luego finalmente no se da, desencadenada por la buena noticia que nos dice que efectivamente todo va bien y todo va a seguir así.
Y eso nos pasa cuando nos llama el maestro a la palestra para regañarnos y luego es para alabarnos, cuando nuestro padre nos llama recién llegados tarde y luego es para darnos un beso, cuando el médico titubea un poco antes de darnos el diagnóstico positivo, cuando nuestra pareja nos dice tenemos que hablar y es sobre algo bueno, cuando llegamos al taller y resulta que el ruido del coche se ha ido, cuando cambia la ley y nos beneficia, cuando bajan unas acciones pero suben otras, cuando el bulto desaparece, cuando el jefe nos llama a su despacho para comentarnos algo indiferente, cuando la alarma de incendios se activa por error, cuando la tormenta es sólo el vecino moviendo muebles, cuando el teletexto se ha equivocado de equipo poniendo el gol, cuando los titulares son solo un bulo.
Así, nos da de pronto un vuelco el corazón y se nos encoge el alma pensando que todo puede haber acabado, y de pronto la explosión de color y felicidad lo cambia todo.
Y si todo finalmente va mal, y las alarmas son completamente verdaderas, al menos, sabed que nadie nos podrá quitar lo bailado.
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