Kurchatovio y otros nombres olvidados
A todos nos ha pasado alguna vez que hemos tenido que corregir a uno de nuestro mayores, quizá por decir "Las Vascongadas" en vez del País Vasco, "Yugoslavia" en vez de Serbia, o reírnos un poco por usar "Turmix" para nombrar a la batidora o "a dónde vas Fitipaldi" ante alguien que corre mucho.
Sí, el sino de los tiempos cambia, y con ellos los nombres van evolucionando, siendo difíciles de olvidar para los que una vez los aprendieron, por aquello de que la memoria va dispuesta por capas, y una vez ponemos una nueva capa ya es difícil reaprender. Incluso hay nombres que sólo duran un suspiro, pero que aprendemos como papagayos sin saber que durarán tan poco... quizá en plan "un segundo en el paladar y una vida en las cartucheras", que en este caso sería algo como "recitado en un segundo y toda una vida inútilmente en la memoria".
Un caso curioso para mí es el del elemento químico Rutherfordio (el número atómico 104), que cuando llegó a mis manos por primera vez un libro de Química era aún llamado Kurchatovio (por un químico ruso), en una lucha encarnizada entre sus descubridores rusos y el resto de la comunidad por darle un nombre. Como este señor estuvo muy implicado en el desarrollo de bombas atómicas, el nombre fue desechado, y luego por un tiempo fue propuesto el nombre de "Dubnio". Después, mientras se decidía la nomenclatura definitiva, fue llamado Unnilquadio (según la denominación sistemática), por lo que puede que otros que estudiaron a primeros de los 2000 lo llamen así. Finalmente, siguiendo la tónica habitual que intenta evitar nombres relacionados con la bomba atómica, pero siempre buscando algún científico de renombre, el premio se lo llevó Rutherford.
En Química hay otros casos parecidos, de lucha encarnizada por ponerle nombre a algo, como por ejemplo los antiguos Columbio y Casiopeo, que acabaron siendo Niobio y Lutecio. Y actualmente pasa casi con cada nuevo descubrimiento, ya que hay muchos países investigando a la vez para crear nuevos elementos (incluso amañando resultados para llegar antes). Un ejemplo paradigmático es el del elemento 105, que los rusos llamaron Nielsbohrio (evidente que ni hace falta explicar), los estadounidenses Hahnio (por otro químico) y luego la IUPAC propuso Jolioto. Finalmente acabó siendo Dubnio, justo uno de los nombres provisionales que ya había tenido mi Kurchatovio. Años después, Bohr acabó teniendo por fin su "Bohrio" en el elemento 107.
Otro caso curioso es el de los planetas, que en principio parecían seguir el orden de la mitología, pero que a cada descubrimiento pareció seguirle cierta controversia. Así, por ejemplo Urano fue llamado "estrella de Jorge" (en honor a Jorge III de Inglaterra) o Neptuno llamado "Le Verrier" (en honor a su descubridor). A esto le unimos el gran cambio reciente, que significó un trauma para muchos: la degradación de Plutón a "planeta enano", por lo que la retahíla que aprendimos sobre nuestro Sistema Solar, ahora acaba así: "Urano y Neptuno". Punto.
Y qué decir de los países o ciudades que aprendieron, que aprendimos: el Congo Belga, el Zaire, Birmania, Macedonia, Checoslovaquia, Alto Volta, Ceilán, la URSS, Leningrado, Saigón, Pretoria... a muchos aún les cuesta reconocer estos países, o más bien los nuevos surgidos de ahí, pues ya digo que aprender puede ser difícil, pero desaprender lo es aún más. El caso paradigmático (y una locura colectiva) es el de la capital de Kazajistán, que cuando apareció el país aprendimos como Alma-Ata, luego pasando a llamarse Astaná y hace unos meses Nursultán (están locos estos kazajos). Yo me considero ya demasiado mayor para aprender nada más allá de Astaná, así que dejaré a los post-millenials el aprendizaje de la última.
Por otro lado están las marcas, aquel Mister Proper (que ahora se llama Don Limpio), los Petit Suisse (ahora Danonino), el Pryca (que en la provincia de Jaén sigue siendo el nombre del Carrefour tantas décadas después), Airtel (que luego fue Vodafone), Caja Granada (ahora incluida en Bankia), Telefónica (ahora Movistar), la Sevillana (ahora en Endesa) o el Calgonit (ahora Finish). Nos sigue costando bastante a muchos pensar en el nombre nuevo, y eso cuando no seguimos hablando de pesetas en vez de euros (y ha llovido tanto en los últimos casi 18 años...).
En el deporte, por supuesto ha pasado igual, ya sea con los típicos patrocinadores que van cambiando, y que nos dejan grandes nombres de equipos en el pasado como Taugrés Vitoria, Pamesa Valencia, Caja San Fernando, Teka Santander, Elgorriaga Bidasoa, Seattle Supersonics, ONCE, Kelme, Banesto, Larios, etc. Y también sus templos, como el Vicente Calderón, el Luis Sitjar, el Luis Casanova, el Pabellón Araba, o el Ciudad Jardín.
En fin, así es, renovarse o morir, o simplemente ser víctima del escarnio y las bromas de nuestros menores, que quizá para eso están, para creerse ellos los modernos, cuando el tiempo y los acontecimientos también les pasarán por encima algún día, y parezcan tan obsoletos como el que seguía llamando "plata líquida" o "azogue" al Mercurio hace ya siglos, o seguía hablando de "rebobinar" o usando "bizarro" como "valiente" en la actualidad.
Mientras tanto, para mí, y para siempre, el elemento 104, seguirá siendo, cómo no: el Kurchatovio.
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