11 julio, 2020

Aquella marea roja de 2010

Si la perspectiva de los años es lo que nos permite analizar con frialdad el verdadero poso que los acontecimientos dejan en nuestra vida, es seguro ya que con la década que ha pasado desde los hechos que hoy recuerdo, mi análisis puede ser totalmente frío, calculador y sobre todo ecuánime y justo con lo sucedido, con el envejecimiento que ha tenido desde entonces y con el aroma que dejará para el futuro.

Gente gritando y saltando de alegría, envueltos en banderas y con las caras pintadas de rojo y amarillo, de rojo y gualdo, de gules incluso, que dirían los más heráldicos. Gente enloquecida en un río callejero que va a parar al mar de las fuentes y las grandes plazas. Coches que pasan pitando como locos en una marea del fin del mundo, pareciése un aquelarre de bocinas y griteríos furiosos de locos endemoniados y enfervorecidos por un dios nada divino.

Era el 11 de julio de 2010, y éramos muy jóvenes, insultantemente jóvenes, y el caso es que incluso lo sabíamos. Yo estaba en un bar, como tantos, y como tantos me lancé en la marea de la celebración, porque las alegrías hay que saber celebrarlas, porque así es como funciona nuestro corazón, que luego se comerá las penas en otras ocasiones, pero que si no le damos esa otra dosis de adrenalina positiva, quizá nunca sea capaz de entender para qué tanto sufrimiento si no existe una cara brillante de la vida. Aquello era sólo fútbol, un deporte más, el más seguido en nuestro país, en medio mundo. Aquello fue la culminación de un anhelo de tantos y tantos años, de un sueño irrealizable que se volvió mundano en 2008 cuando ganamos la Eurocopa y fuimos conscientes de tener el mejor equipo, con los mejores jugadores, con el mejor juego y con el temple de los campeones, una máquina perfecta que iba a desembocar en varios títulos si no se torcía la cosa, que no se torció...



Ya fue sublime dos años antes con aquel equipo montado por Luis, pero con un par o tres de incorporaciones y la mesura inabarcable de Vicente, el resultado fue de locura. Ya lo conté por entonces aquí, hace la tira, hace una década, cuando conseguimos una de las pocas victorias deportivas que nos faltaban, paladeando aquella llamada época dorada del deporte español, que ahora aún da algunos coletazos.

Fue un mes recordable, inolvidable, de ilusión contenida, de decepción inicial, de sensación de invencibilidad después, de evitar errores pasados luego, de catapulta a los cielos y finalmente de delirio libidinoso, todo en un verano que fue llegando y que llenó todo el país de una alegría y unión inconmensurables.

Aquella marea roja nos unió a todos, no sé qué nos separaría después, este año en cierta manera nos hemos vuelto a unir en contra del enemigo, pero no es igual, pues el verano ya no está lleno de alegría inconmensurable. Aquellos días nos sentíamos parte de ese equipo, que ya no era una selección futbolística, sino que nos representaba a nosotros y en general a la lucha diaria por salir a flote, por triunfar, o simplemente por sobrevivir.

Recuerdo grandes goles y paradas, recuerdo grandes deleites ante el magnífico juego, recuerdo aquellas tierras sudafricanas que tanto nos dieron, su cultura tan diferente, sus pequeños pueblos y sus grandes ciudades, retratadas minuto a minuto por nuestra prensa, que tanto se volvó. Recuerdo saltar como locos con los goles de Villa, que partido a partido nos iban dando victorias, siempre en la segunda parte. Recuerdo el éxtasis con el cabezazo de Puyol que nos metía en la final, cuando jugábamos contra la leyenda alemana que siempre ganaba... y no tengo ni que decir que recuerdo el gol de Iniesta, cuando los penalties ya estaban allí, cuando nos íbamos a jugar lo que nos merecíamos mucho más que el resto en una lotería imperdonable, y por fin nos sonrió la fortuna cuando ya se nos negaba de nuevo.



Han pasado 10 largos años desde entonces, y nuestra vida probablemente ha cambiado radicalmente, para unos quizá sólo un poco, pues todo a su alrededor es estable (ejemplo de funcionario con mujer que trabaja en un negocio y dos niños de 6 y 8 años, que ahora tienen 16 y 18, pero siguen viviendo en el mismo lugar y trabajando en lo mismo), para otros ha cambiado del todo (han emigrado, se han casado, han perdido a sus padres, han sido padres, han crecido o han envejecido del todo), sí, porque 10 años son 100 ó son 5, depende del punto de vista de cada uno de nosotros. Simplemente, los hechos quedan ahí, marcados para siempre en un calendario, y somos nosotros los que nos vamos alejando imposibilitados por esa inexorabilidad del paso del tiempo, cada vez más alejados en el tiempo, incluso en el espacio según la sensación, y por supuesto en la memoria, cada vez más frágil y lejana...

Hoy, recordamos aquella marea roja de 2010, donde todos sabíamos que todos estábamos contentos, donde nadie se lamía las heridas, donde nadie tenía celos, donde todos íbamos a una porque éramos uno. Hoy es imposible concebirlo, hoy sabemos que muy probablemente no se repetirá, porque aquella marea roja de 2010 simplemente es irrepetible.

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