Las despedidas, el último baile
Hoy es el último día, día de despedida, la última vez que os encontráis todos, que os encontráis en el mismo lugar, que todo sigue como antes fue, etc. Hoy sabemos que es el último día, pero tampoco podemos hacer mucho más que intentar atesorarlo y ya... igualmente será inútil, pues se perderá inexorable igualmente.
Despedidas hay muchas en nuestra vida, dependiendo de cada persona, claro: el último día de guardería, el último en parvulitos, el último en la EGB o la primaria, el último día de instituto, de Universidad, de cursillo, la última navidad con tu abuelo moribundo, con tus padres, la última galleta de la caja de una marca que ya no venden, el último número de la revista, el último capítulo, la última película de un genio, el último partido de una leyenda, el último concierto de un grande, la última actuación con tu grupo, el último hablante de un idioma, el último día de un maravilloso viaje, de un maravilloso periplo, de una maravillosa y memorable excursión...
Sí, en algunos casos algunos contactos quedarán, muchos que compartimos todos esos primeros días hasta el último seguimos en el mundo, obviamente, pero el grupo, lo que fue, su esencia, quedará congelado para siempre en su fecha, en un rango de fechas muy concreto y cuyo día final ya se sabe. Sí, se puede quedar después, pero nunca será ya lo mismo.
Diría que se disfruta más de las cosas cuando sabes que el año que viene estarán ahí, cuando estás seguro de ello pese a que siempre todo pueda romperse en mil pedazos en cualquier momento. Se disfruta más de las cosas cuando piensas que son eternas, y no cuando sabes que es el final, porque el último día tienes la impotencia de no poder rechupetearlo todo como merecería la ocasión, pues es imposible recuperar todos los abrazos, todos los mimos, todas las caricias, todas las sensaciones de toda una vida, de toda una existencia, en un último día.
Ay, eso que llaman el "último baile", cuando una persona, un grupo, lo que sea (últimamente muy típico en el caso de grupos deportivos, como el último baile del famoso equipo de los Bulls en la NBA de los 90, el último baile de nuestra generación de oro del basket, no sé si en 2016, o el último baile de nuestros hispanos del balonmano en los JJOO de 2021). Pasa igual, el último año, el último campeonato, pese a ser sublime, ya no se disfruta igual, porque la melancolía, el miedo a lo desconocido que vendrá, y la nostalgia hacen que no puedas, como cuando antes pensabas que todo sería eterno, pero no lo es.
Recuerdo despedidas sonadas en mi vida, como aquella vez con 10 años cuando ambos primos nos fuimos llorando, aquella de mi madre, mi prima y mi tía hace pronto 10 años o cuando se retiraron algunas glorias deportivas que amaba. Recuerdo ese último día de instituto y su anexo en forma de selectividad, igual de desgarrador, como intentando seguir paladeando algo que ya no existe, que se te ha escapado entre las manos.
Luego están las veces que un final, que una despedida es preludio supuesto de algo mejor, y entonces sí que paladeas con ansiedad la despedida, pero como queriendo que termine ya, que viene lo bueno, como cuando acabas un curso inicial y empiezas a saco con el avanzado, como cuando te quitas los ruedines y te tiras como un loco en equilibrio, como cuando terminas una guardería o un colegio para ir de verdad con los mayores... y no te das cuenta de que esas también fueron unas despedidas de algo que perdiste para siempre.
Otras veces están enmascaradas en fiestas, pues ese día final armándola gorda puede tener un gran efecto sanador, al menos para las heridas causadas por la pérdida que llega. Ya habrá tiempo de lamentarlo, pero hoy es tiempo de disfrutar.
Y luego están las chorradas que también algunos valoramos, como esa última lata de tentáculos de cefalópodo a la gallega que ya no se fabrica, y que algún día habrá que comerse y paladear como si fuera la última vez (sin habernos dado cuenta de que ya no va a saber igual que cuando sabíamos que existiría para siempre), como la última de las toallas del juego de toallas que compramos en su tiempo, de las macetitas que adquirimos al casarnos, como la última vez que decidimos ponernos esos zapatos que ya no daban más de sí, y recordábamos todo lo pasado con todos ellos, grandes celebraciones con pulpo a la gallega, grandes momentos de aseo con la toalla o días inolvidables calzando esos viejos zapatos.
Sí, las despedidas son duras y no hay más, son jirones en nuestra piel, son lanzadas, son picaduras, son arañazos de arriba a abajo. No, no hay vuelta atrás y no volverán. A veces son para mejor, pero aquí hablamos de las definitivas, de las pérdidas reales e inevitables, irreemplazables en cuanto a tener lo mismo, pero sí que en algunos casos uno puede aprender a vivir con lo nuevo y sentirse igual que con lo viejo.
Sólo os digo que ante cada una de vuestras despedidas vitales, seáis sinceros y leales con vosotros mismos, pues sí, hay que sentir ese duelo, ese luto. Atesorad el último día, pero al final es sólo uno más, ya no se puede hacer nada. Pasadlo bien y no acabéis con mal sabor de boca, que el último día no sea nada diferente de lo que pudo ser el primero o de cualquiera de la mitad, con eso, ya lleváis ganado el disfrute de esa despedida, pues no tiene sentido tener nostalgia aún de algo que no ha dejado de existir, aunque estemos apurándolo.