19 enero, 2024

Arqueología familiar

De esas que vas limpiando por la casa y te encuentras una moneda de cinco pesetas con una bailarina riojana, de esas últimas monedas doradas del estilo de los años 90, y piensas en la desaparecida persona que la dejó ahí y en qué exiguos manjares (como mucho chucherías) podría haber adquirido con ella.

De esas que un buen día cavas un agujero en la parcela para plantar un nuevo rosal y pinchas en hueso, en madera, en metal, y es una de esas cápsulas del tiempo que tu abuelo dejó ahí, con un cromo de la época, una chapa, un dedal, una noticia de periódico, varias fotos, flor disecada y una peonza, metidas en la tierra para aguantar ahí no sé sabe cuánto tiempo, y que finalmente no pasaron casi ni de 50 años.

De esas que te encuentras un viejo aparato de cassette en el trastero y lo consigues poner en marcha y resulta que trae dentro una cinta grabada por tu bisabuela cantando canciones de Jorge Negrete y hablando con alguien no identificado que quizá fuera tu bisabuelo.

De esas que en una carpeta que ibas a tirar aparece una libreta con un montón de frases inconexas en un idioma extraño que tu madre usaba de joven, y que quizá ahora podrían ser la clave para descifrarlo. 

De esas que un vecino llama a tu puerta con una fotografía de su tatarabuela, que por casualidad también es la tuya, y de ahí surgen varias visitas en las que compartís mucha información familiar con ese primo tercero que no está realmente tan lejano a ti.

De esas que vas a enseñarle a tu sobrino cómo escuchaban música los de tu generación, y cuando abres el walkman resulta que hay dentro un papel doblado que resulta ser una especie de carta que tu yo de hace muchos años escribió a un importantísimo literato.

De esas que abres un libro que lleva en tu casa desde siempre y aparece la esquela de una tía-abuela, que probablemente nadie recuerda ya, y que murió hace casi 100 años.

De esas que rebuscas al fondo del cajón y aparecen un viejo abridor de nueces y un utensilio para hacer flores dulces de semana santa, que seguramente usó tu madre y también tu abuela  

 

De esas que una prima segunda te cuenta que ha encontrado en la casa de su madre una cinta de vídeo en la que aparece el nombre de tu padre y que se grabó cuando él tenía 5 años.

De esas que en el viejo granero de la casa que se va a derribar en unos meses, aparece una maleta de madera con la ropa de tu bisabuelo y unas cartas que había enviado a la familia durante la guerra. 

De esas que le das la vuelta a un espejo con cierta solera y encuentras escrito con rotulador el nombre de tu abuelo porque se lo había encargado al carpintero en su momento.

De esas que al cerrar para siempre el negocio familiar empiezan a aparecer cosas alucinantes, textos, fotos, grabaciones, facturas, etc..., que tras 100 años de vida habían ido acumulándose en aquel antiguo local.

De esas que encuentras el nombre de tu tatarabuelo en un libro de historia, el del tatarabuelo de tu tatarabuelo en un anuario del Comercio del siglo XIX, el de su tatarabuelo en un estudio sobre el Catastro de Ensenada de 1752, el del tatarabuelo de este otro en un padrón de vecinos de 1657 o incluso el del tatarabuelo de este último en un pleito entablado por un aspirante a hijodalgo ante la Real Chancillería de Ciudad Real a finales del siglo XV... 

Los encuentras todos y muchos otros, los ves, los lees, los escuchas, te sientes representado, te asoma una sonrisa, un suspiro, un pensamiento, una reflexión, los sientes tuyos y tan cercanos como siempre y como nunca, y francamente te encuentras contento por haber rescatado algo así para la memoria, tuya, pasada y futura, como si de un verdadero arqueólogo se tratase, con algo más importante todavía que la historia general del mundo: la de tu propia familia.

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