Abandonando lo que nos sobra sin arrepentimiento
"Hay muchas cosas que abandonaríamos si no temiésemos que otros pudiesen recogerlas"
Hace bastante tiempo que no lanzo una de esas citas lapidarias por aquí, y en plena canícula qué mejor que darle un poco al coco y pensar. Esta vez el autor parece debió ser Oscar Wilde (no recuerdo exactamente si de El Retrato de Dorian Gray o la Importancia de Llamarse Ernesto o cualquier otra, pues la frase la apunté hace ya veinte años.
El caso es que así somos un poco los humanos, un perro del hortelano que ni come ni deja comer, en muchos sentidos; incapaces de dejar de aferrarnos a las cosas o a las personas, de soltar el cabo del barco o del perro, por si acaso alguien las recoge y eso nos hace sentirnos celosos. ¿No son esos celos sino la demostración de que realmente queremos a esas cosas o a esas personas, o quizá lo que representan son nuestra mezquindad y egoísmo que no nos permite aceptar que otras personas disfruten de ellos?
Si no es para mí, que no sea para nadie... y eso es lo que muchos piensan cuando terminan una relación sentimental, o cuando tienen que tirar los muebles viejos o deshacerse de ropa o libros... Incapaces, incapaces de pensar que hay otras vidas felices más allá de nosotros, que podemos mejorar la vida de otros, o que incluso otros pueden sentirse realizados o desarrollar perfectamente su función más allá de nuestra mente obtusa.
Pues bien, la frase no encierra sólo eso, sino que va más allá, pensando que realmente sí que da la impresión de que podríamos abandonar muchas cosas, de que querríamos abandonarlas; cosas que nadie a priori pensaría que nos cansan y aburren, que las odiamos, pero que sin que fuéramos capaces de reconocer el hecho ni ante un juez que se dispone a condenarnos de por vida.
¿Significa eso que no las queremos? No del todo, nuestras son y así lo consideramos, y por ello no queremos que sean para nadie, pero nos hemos cansado de ellas, claro está. Y así, aguantamos y aguantamos esa pesada carga durante años, sin que seamos capaces de desprendernos del todo de cada una de ellas y volar, y sentirnos por fin ligeros. ¡Qué suerte tienen los que son capaces de abandonar todo su peso superfluo sin arrepentimiento, sin rencor hacia sí mismos por dejarlo escapar, sin envidiar al que las ha recogido...!
Hoy, yo querría abandonar un par de libretas viejas con viejos apuntes, pero no querría que nadie las leyera, así que las quemaré; un album de cromos, una raqueta, una televisión y unos viejos juguetes; un coche, una bici, una vecina amargada, todos ellos los abandonaría ya y justo ahora, pero no quiero que nadie se los quede, porque perderían parte de mi esencia, y egoístamente: no, así, soy, así somos, unos Diógenes sentimentales sin remedio alguno.
Y mientras se nos pasa o nos curamos del espanto, os lo aconsejo de vez en cuando, no "abandonéis" cosas o personas, "donadlas", porque entonces en cierta manera sabemos que sus nuevos cuidadores las tratarán bien, y nunca permitirán que pierdan nuestra esencia, que quedará para siempre en la memoria.
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