27 agosto, 2017

En memoria de mi más anciano amigo: Rafalito Izquierdo

Conocí a Rafa seguramente a finales de los 80, alguna de esas veces en que mi madre me enviaba a hacer mandaos por el pueblo, y que en alguna ocasión me llevaba por su tienda de telas "Almacenes Rafael Izquierdo" en la esquina de las calles Real y Colón, justo debajo de la Iglesia Parroquial de Porcuna. "Llégate ase Izquierdo y me compras tal o cual cosa". Recuerdo vagamente aquella tienda que cerró definitivamente hace ya casi 30 años, a la jubilación de su dueño de toda la vida, que fue jefe de generaciones y generaciones de porcuneros que allí tuvieron alguno de sus primeros trabajos, como mancebos de mercería. Aún cuando escribo estas letras pienso que ya no será posible tener una charla con él y preguntarle por aquellos momentos, muchos años lo fue, pero ya por desgracia es imposible...  Por entonces aún era simplemente "Izquierdo", el de la tienda, uno de los muchos comerciantes que por aquellos años tenía el pueblo.



No fue hasta casi 20 años después cuando nuestra amistad comenzó. Por aquel entonces uno se encontraba en esas épocas extrañas, de cambios, de catarsis, de definirse por una u otra cosa, de dificultad ante las decisiones de la vida, de alegría y depresión a la vez, o simplemente de búsqueda vital. Fue entonces cuando decidí tomar partido por una de mis inquietudes de siempre, el saber de dónde venimos.

Como a muchos niños y hermanos menores, siempre me habían dicho que me habían comprado a una gitana, por lo que tenía claros mis orígenes zíngaros, pero también me habían referido por otro lado que mi color de pelo era heredado de un abuelo de mi padre, fallecido 4 décadas antes de mi nacimiento, ya con el pelo blanco, por lo que nadie realmente recordaba ya con imágenes ese detalle. Siempre mi madre me habló de su multitud de familiares Raspavelas, 7 hermanos eran los hijos del Raspavelas original, y uno de ellos mi abuelo, que también tuvo otros 7 hijos, mucha familia, sí señor. También mi padre tenía una enorme cantidad de tíos, primos, primos segundos... todos un galimatías difícil de descifrar en mis primeros y segundos años, que por fin decidí resolver.

Todo comenzó un día de verano de 2005, cuando me dirigí al despacho parroquial a preguntar cómo podría investigar mis antepasados en los archivos. Me recibió desde su mesa de siempre en el despacho Rafalito Izquierdo, que ya llevaba varios años como archivero tras su jubilación, ayudando como siempre en todo lo que podía en estos temas eclesiásticos o de asociaciones, cosa que hizo durante todos estos años. Le unía un gran vínculo con el archivo, ya que fue su suegro el que salvó el archivo -¡qué digo el archivo, EL TESORO!- de la quema en aquellos años horribles de la guerra civil, libro por libro como si fueran ese último vestigio del pasado que había que salvar en el pueblo. Gracias a todos los que colaboraron por entonces podemos aún disfrutar todo este legado.

Por entonces era Don Cosme el cura de Porcuna, y no era muy partidario de que nadie tocara el archivo, pero Rafa sabía de mis buenas intenciones, y aprovechábamos los momentos en que el cura estaba de buenas para rebuscar entre los legajos. Yo llegaba todas las mañanas y muchas me decía Rafa: "Navas, hoy no está la cosa...". Que al fin y al cabo quería decir que no estaba el cura de humor, mejor esperar.

Así, poco a poco fui cogiendo confianza con Rafael y entablando una cierta amistad que continuó con la llegada de Don Jesús (abajo los 3 en la foto), que veía con normalidad mis visitas a Rafa y al archivo, aunque por entonces ya había encontrado muchísimos nombres y datos, más de 2000 antepasados para mi colección, miles de árboles geneálogicos míos y de otros familiares, incluso historias de personajes antiguos de Porcuna, famosos y no famosos; bautismos, confirmaciones, defunciones, bodas y cualquier cosa que pasó desde finales del siglo XVI en cada iglesia española, que tras el Concilio de Trento fue mandado que se hiciera.



Rafa era un hombre con un genio bastante marcado, se podría decir que su tono era de cascarrabias, pero era todo lo contrario, tenía un enorme corazón y siempre se prestaba para ayudar. Él era uno de esos ejemplos de persona capaz de aprender a manejar ordenadores con edad avanzada, e incluso casi sin poder ver aún seguía intentando copiar los nombres de esos antiguos legajos en su ordenador, con el que muchas veces me pedía ayuda, y que no pocas tardes acabábamos en su casa, hablando del archivo, del ordenador, del fútbol, de su Real Madrid, o de cualquier otra cosa. De hecho él era uno de los jugadores del Atlético Porcuna de los años 40 que permanecía aún entre nosotros, una auténtica leyenda del fútbol. Por desgracia perdió a su mujer hacía algunos años, lo que le causaba siempre gran tristeza, pero había conseguido sobreponerse permaneciendo activo con tantos quehaceres, uno de los más importantes era el de archivero.

Muchos días le ayudaba a copiar alguna partida que ya le costaba, o a buscar algún antepasado de personas que llamaban por teléfono para pedir algún dato genealógico. Incluso entablamos una gran amistad en triángulo con Pilucha Vallejo, mi "mami" de Tenerife, que siempre andaba buscando sus "Vallejos" y muchas cosas más, de ramas nobles de Porcuna, de Aguileras y Gallos, de nobleza de la que yo carecía en mi árbol lleno de arrieros y muleros, pero que al final nuestras raíces son y orgullosos de ellos estamos.  Incluso más de un día recuerdo que me dejaba al cargo de vigilar mientras él cerraba la iglesia, momentos después de haber rezado el Ángelus de las doce como mandaban los cánones, en una curiosa vida de archivo, cachivaches eclesiásticos, legajos y burocracia católica que por supuesto marcó al menos un par de veranos de mi vida.

Así, durante algunos años aproveché mis semanas libres para ir al archivo, hasta que luego me fue imposible por el trabajo y ya sólo iba a visitarlo unas pocas veces al año, (en Navidad siempre lo hacía) recordando bonitos momentos, viendo cómo estaba, cómo avanzaba en su edad, rozando los 90 o superándolos con creces, siempre con su buen humor, con vista muy corta pero con un gran cariño. Siempre me enorgullecía decir que él era mi amigo de más edad, y siempre por supuesto lo saludaba con una gran alegría, sabiendo que podría ser la última vez.

Hoy simplemente lo despido aquí en forma de homenaje, cosa que por desgracia hace 10 años ya tenía ya el pensamiento que un día u otro tendría que hacer. Por suerte la vida nos dio todo este tiempo, pero inexorablemente hace unas semanas el momento llegó, y se hace raro estar escribiendo esto, porque aún creo que si un día entro por la puerta del archivo te encontraré. Sólo me queda desde aquí quitarme el sombrero ante la memoria de mi amigo y decirte hasta siempre amigo: Rafalito Izquierdo.

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