23 septiembre, 2021

Amargados de cuarenta o cincuenta

Todos los hemos visto alguna vez: señor de cuarenta o cincuenta que peina mitad canas mitad su color original, eso es lo de menos; y que tiene la cara de ajo, de amargado, de no ser capaz ya de sonreír, de tener pocos amigos ni quererlos, de estar de vuelta de todo y de vuelta de nada, de ser incapaz ya de fingir su malestar con todo bicho viviente, corriente o moliente, de estar resignado, cabreado y fustigado, de no tener más semblante que el de la desidia, la inacción y la falta de oportunidad o ganas de tenerla. 

Es algo digno de estudio que probablemente se acabe dando también en muchos personajes más mayores aún, que incluso se da en los menores, también... pero que es una especie de paradigma de cómo la vida nos aplasta a veces y nos convierte en eso, cuando antes para nada lo éramos. Gente risueña y feliz, simpática, alegre, amable, jovial y radiante, veinteañeros y treintañeros, incluso jóvenes cuarentones que de pronto son aplastados por la realidad, por la vorágine, por la inexorabilidad del tiempo, y acaban convirtiéndose en esos simples vestigios de persona completamente idos, sin alma, sin vida... 


 

A todos os deseo que no os convirtáis nunca en nada así, que diría que en parte es por los golpes tan bestiales que da la vida, claro, marcados todos en arrugas de su rostro, quizá trabajos perdidos, ascensos que no fueron, despedidas para siempre de seres queridos, dramas familiares de sus hijos, dinero que no llega, hipotecas, reveses en el juego, pérdida de esa vitalidad juvenil, primeros achaques, deslealtad de amigos, choques con los vecinos, desidia por la política y decepción con todos y cada uno de los políticos, impotencia ante cambiar su rumbo y el de la sociedad, enfermedades leves, alguna grave, ya sea propia o de amigos y conocidos... y en fin, todo se va sumando y acaba convirtiéndonos en unos amargados de tomo y lomo, encarnados sobre todo en mi ejemplo del amargado de alrededor de 50, del que hay que huir, pues es un Mister Scrooge de manual que sólo quiere convertir todo en gris, un Señor Potter que si pudiera lo destruiría todo con un gruñido, uno de esos Goblins que no saben ni quieren ver la parte buena de la vida y que estarían mejor al otro lado...

Hoy he querido hacer un pequeño retrato de ellos, de ellas, que caminan desdichados a nuestro lado, acongojados en realidad, a veces con una máscara de fiereza que no tapa la realidad de su dura existencia. Si no, sonreirían... pienso... si realmente fueran conscientes y relativizaran la vida diaria, quizá sonreirían, o se suicidarían, a saber... ¿Cómo permitimos los demás que la vida les golpee tan duramente como para convertirlos en infraseres? ¿Cómo dejamos que nuestros congéneres acaben sumidos en un profundo sueño del que sólo despertarán cuando sea demasiado tarde? Pues sí, parte de culpa tenemos el resto, la sociedad que los empieza a ver inútiles, maduros, no juveniles, fuera de onda y abocados a ir dejando paso. No tienen la experiencia de los mayores ni la fuerza de los jóvenes, estando en un limbo que les atenaza, siendo sustituidos por esos jóvenes y entrando en una especie de jubilación vital que debería esperar mucho más adelante. Algunos saben salir a tiempo, hacen su catarsis, espabilan y terminan el entierro convirtiéndolo en una resurrección, pero cuántos no seguimos viendo atormentados a nuestro lado... ¿hacemos algo por ellos? ¿quieren que lo hagamos? ¿no es quizá imposible ya ayudarlos? ¿No tienen ya marcadas para siempre esas arrugas amargadas en su rostro y ninguna crema lo arreglará? Ahí lo dejo.

Mientras tanto, estoy escribiendo hoy estas líneas por ellos, enfermos de una enfermedad no laboral, sino social, lo están por culpa de vivir en sociedad, por haber perdido toda su energía en intentar sobrevivir mientras les caían palos de todos lados. Ahora sólo los dejamos caer, y ellos se dejan mecer en esa futil existencia mientras les zarandean levemente más golpes, que ya les son ajenos y ni siquiera les siguen marchitando, porque lo que ya está seco es imposible que pueda ir a peor salvo convertirse definitivamente en polvo, que llegará.

Un consejo, un anhelo, un deseo: no os convirtáis en ellos voluntariamente, no tiene sentido ser unos amargados a los cuarenta, a los cincuenta, si no tenéis motivos reales para ello, ya habrá tiempo de amargarse los cinco minutos antes de dejarnos para siempre... ojalá dentro de mucho.

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