22 septiembre, 2022

Corriendo al refugio de la lectura

 Decían de un sabio que un día, tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustent... ah no, creo que no iba por ahí la cosa y se me ha ido encarrilando el carril por aquel hilo de la bobina que hilara aquel Calderón de la Barca, pido perdón por ello y me voy a otra cosa:

Total, que dicen y si no dicen digo yo, que a veces cuando la cosa está mal, cuando no hay más ganas de continuar, cuando todo es gris y sólo quieres echarte a dormir, ahí tienes, esperándote en la estantería, unos variopintos refugios de pasta de diferente grosor, de portadas coloridas o descoloridas, de páginas nuevas con olor a recién sacado del horno, u hojas con sabor a librería de viejo, a solera, a esa cualidad de rancio que con un simple gesto olfativo nos hace soñar, revivir tiempos vividos hace mucho releyendo esas viejas letras, quizá de autores que hace mucho dejaron este mundo; reviviendo justo esa época en que lo leímos, aquellos días recostados en un sillón, tumbados en la cama, sentados en la playa o incluso de pie en el metro o el autobús; a veces con pantalón corto de colegial, otras con bebés llorando por ahí, otros peinando canas e incluso arrugados ya como pasas, pero siempre con afán de descubrir esos nuevos mundos, de avivar la mente, de salir de cualquier letargo, de revivir esas vidas plasmadas en esos párrafos, o de hacer nuestras esas aventuras cuando a lo mejor nos falta aventura.


 

Llevaba yo un tiempo así, que no quería ir a ver más pelis de Marvel, ni la última chorrada de guión facilón y digestión rápida del normalmente "adormidero" e insulso Netflix (un día hablamos del poco sentido que tiene estar esperando un año a que hagan una nueva temporada de una serie y vérsela en un solo atracón de 6 horas seguidas, para apenas poder digerirlo y olvidarlo completamente en una semana, así es imposible asimilar nada, y así nos va); tampoco quería yo meterme ahora a perder el tiempo en videojuegos, en música ligera, bailes de salón, partidos de pádel o simplemente mirando por la ventana...

En fin, que, ¿por qué no refugiarme en la lectura? Ya me ocurrió algo parecido entre 2003 y 2004, cuando en cierta época iba leyendo libros a pares o a tríos, siendo cuando me metí entre pecho y espalda algunos como La Tempestad, El Retrato de Dorian Gray o La Insoportable Levedad del Ser, por citar tres al azar, y por citar uno más, de vergonzoso reconocimiento, también me leí por entonces el Código da Vinci, para discutir con conocimiento de causa frente a un 'hooligan' o 'tifossi' de ese tipo de literatura. 

Recuerdo con cariño esa época, en la que me leía libros escuchando a la vez algún disco, que ahora han quedado vinculados para siempre (me acuerdo de la música al hablar del libro y del libro al escuchar la música). Solía siempre juntar una lectura más pesada, densa o complicada, junto a otra más ligera, para compensar un poco, no sé: si te vas a leer el Ulises de Joyce, pues a la misma vez te lees el Alquimista de Coelho; o si te vas a leer Cien Años de Soledad, pues compensas con el Principito, a saber cuán o cuál gusto tengáis cada uno, ninguna lectura tiene que ser mala de por sí, porque sirve para ejercitar la mente igualmente, pero sí las intenciones del que lo escribió, a veces manipuladoras (con más lecturas aprende uno a evitar ser manipulado, ya sea por nacionalismos o fanatismos.

Pues bien, echando un ojo a mi biblioteca, como decía, no encontré nada que claramente me apeteciese llevarme a la boca en este momento, teniendo aún cosas por leer por primera vez, y otras que sé que merece la pena releer. Así, pensé dirigirme a la biblioteca más cercana a buscar algo que llevarme a la boca, o a los ojos y sus interconexiones con el cerebro. 


 

Pensé primero en hacer un homenaje al desaparecido Javier Marías (nieto de una paisana mía de Porcuna con familia de 7 siglos en el pueblo), pero vi que tenían todos sus libros en una especie de "altar homenaje", por lo que no quise romper el momento llevándome uno de ellos, quizá el de sus artículos en El País o el Berta Isla. Al final, echando un ojo a los títulos recientes, estuve tentado por la terna formada por Sidi, de Reverte; Volver a Dónde, de mi paisano Muñoz Molina; y La Sombra de Cyrano, del granadino José Luis Aguilera (que precisamente comparte apellido con la abuela del citado Marías).

Finalmente, me decidí por este último, que tengo en depósito hasta el 5 de octubre. Las buenas críticas que aparecen en el lomo fueron claves, hablando incluso de thriller candidato a ser base de guión de película, suena bien, quizá os cuente o quizá no. Intenté anoche comenzarlo, pero me di cuenta rápido de que las 40 primeras páginas son demasiado densas literariamente hablando, buenas, se nota, pero a las 11 de la noche y a día de hoy con mucha falta de práctica, no soy capaz de asimilarlas como debiera, por lo que preferí pasarme directamente al tercer capítulo.

Reconozco que casi lo dejo, pero finalmente leí la explicación de cómo estaba estructurado y le di una nueva oportunidad releyendo ya sólo a partir de ahí, cuando se hacía más "blando", y en esas estoy, lo dicho, entretenido, avivado y esperanzado en que todo salga bien, divertido y estimulado, que es el objetivo, y deseando saber cómo sigue. Quién sabe si cuando acabe continuaré por otro y por otro, pues tiempo hay poco y las ocurrencias de Netflix y demás entretenimientos vanos están ahí pululando sonrientes sabiendo que caeremos, pero lo que sí es cierto es que lo vamos a intentar.

2 comentarios:

Joselu dijo...

El ejercicio de la lectura es siempre personal, y cada uno tiene sus preferencias, gustos y forma de leer. Ahora estoy leyendo, precisamente, uno de Javier Marías. Me voy al bar a tomar una cerveza y me llevo el libro. Me dan una tapa, y debo de parecer un bicho raro, leyendo absorbido, y bebiendo cerveza, cuando la gente va al bar a pegar la hebra, pero siempre me ha gustado leer en los bares pese al jolgorio que hay. Saludos.

Javi dijo...

Eso es que tienes una gran capacidad para abstraerte de ese jolgorio y concentrarte en lo que te interesa, casi diría que en el reino del bullicio en el que vivimos, eso es un don a conservar. A mí me cuesta mucho concentrarme en situaciones así, soy más de observar y analizar ese jolgorio, y para leer tengo que estar en un lugar tranquilo y sin demasiados estímulos, aunque a veces una cafetería puede contar. Saludos