El vértigo de la caída
De esa vez que un día te miras al espejo y ves una cosa amarilla rara en un ojo, que te notas un bulto extraño en el cuello, una muela picada, un lunar extrañísimo, una verruga que va y viene y cambia de sitio, un dolor sospechoso en el estómago que va y viene, unos mareos sin causa aparente, una sensación de ahogo y pinchazos en el esternón, un flato, sangre en la nariz, boca u orificios de la parte baja, una variz que palpita, un ojo que se emborrona, y tantos y tantos que de repente paran tu vida y dejan insignificante cualquier preocupación propia o ajena, que dan un vértigo espantoso, que dan un espanto vertiginoso, que paralizan tu cabeza y parecen anticipar el fin del mundo.
Vértigo que da esa palabra al descubrir algo que antes no estaba, cuando todo iba bien y ahora todo parece ir mal, cuando la maravilla de tener salud se convierte en la pesadilla de no tenerla, cuando pensar en ello no te hace bien e intentar obviarlo por unos momentos no te hace mal, y de repente con tu mundo parado el de los demás gira como si nada, mientras tus tribulaciones y atribuciones flotan ante ti pavorosas, mirándote sonrientes y casi hirientes esperando un desenlace.
A veces, luego resulta que no es nada, que la mancha era un borrón, que el bulto era de grasa, la picadura un trozo de carne, la verruga no reaparece, el flato se esfuma y la sangre se va para no volver, y tantos y tantos se tornan en falsos positivos... Y entonces celebras la vida, corres y saltas feliz como una perdiz atontolinada por las hormonas de la edad del pavo, y no aprendes del error... te dejas ir y lo bueno del momento que te dio el vértigo lo pierdes por la alcantarilla...
Y ojo, a veces resulta que es algo, y entonces entras en el hospital, en manos de los médicos, de los que sólo nos acordamos cuando nos pasa algo, por suerte... y entonces, a veces lo arreglan y celebras, y a veces te condenan a vivir así para siempre, incluso a veces, unas pocas a dejar de vivir en breve... y el vértigo se convierte en un precipicio por el que ya estás cayendo, siendo inútil una estirada buscando salvarte, un poner las manos para caer más flojito, y ya todo es un dejarse llevar por la gravedad esperando el golpetazo.
Y qué es la vida sino un estar cayendo, y qué somos nosotros sino
unos pesos ya muertos que caen sin remisión, que a veces ni aprenden
cuando se equivocan, cuando algo les avisa de que la caída sigue pese a
que aún no se haya acelerado del todo. Pesos que no sabemos ni
aprovechar bien la caída, disfrutarla y paladearla porque es finita, y
no sabemos regodearnos en el paisaje que vemos al caer, ni en los
compañeros que caen junto a nosotros, ni siquiera el paisaje o los
compañeros están exentos de caída, pues todo el universo cae
irremediablemente.
Y así, una vez, un día, hoy, quizá mañana,
quizá el mes o el año que viene, a todos nos sobreviene un vértigo
revelador que podría hacernos cambiar si lo aprovechamos, y si no, e
incluso si sí, es un vértigo propio de la inevitable caída, así que
vivámoslo como una experiencia más que podría o quizá no, acelerar la
caída.
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