17 octubre, 2022

La plena vigencia de nuestros comentarios pasados

Comenté por aquí hace no mucho tiempo que estaba tentado a leerme algo de Javier Marías un poco como homenaje, dentro de mi reciente vuelta-refugio a la lectura. Así, hace unos días me puse a rememorar sus viejos artículos en la columna de El País, allá por 2001, recopilados en el libro "Harán de mí un criminal". Los devoré prácticamente en un par de horas (saltándome cuidadosamente algunos que no me engancharon desde el comienzo o cuya temática no me inspiraba), y sobre todo me hicieron ver que prácticamente todos y cada uno de ellos tenían una plena vigencia actual, pareciendo que prácticamente estaban hablando de nosotros mismos, de nuestro mundo de hoy en día, ese del que se despidió Javier hace pocas semanas.

Increíblemente, en muchos casos bastaba con cambiar simples nombres y apellidos para tener un reflejo pleno de la realidad que vivimos (e incluso a veces ni siquiera: hay personajes capaces de reinventarse una y otra vez para permanecer, perpetuarse y prácticamente hacerse un cortijo de por vida en la cresta de la opinión pública). Ejemplos ochocientos mil: ya sea hablando "de columna a columna" con su congéner Pérez Reverte (del que justo ahora me estoy leyendo el "Sidi"), comentando cosas de su Real Madrid, de política local o nacional, de lenguaje sexista, de religión, de mala gente o gente molesta con la que se cruzaba, o de la censura sufrida cada vez que hablaba o criticaba una gran empresa (pagadores de su propio "El País", que obviamente le hicieron renunciar del todo a su columna, por amor propio).


Todo ello hizo que lo fuera ingiriendo con una facilidad pasmosa, viendo reflejado mi mundo ahí, mi mundo actual en ese mundo de hace dos décadas, pareciendo que todo fuera un truco, pues he de insistir en que la plena vigencia de ese mundo que pintaba Marías, que simplemente retrataba con maestría, casi da miedo: 

Un país en el que los políticos son de una incompetencia pasmosa, en el que todos y cada uno de nosotros competimos para ser más piratas y beneficiarnos más del otro sin que este se entere o del propio Estado ante cualquier fallo que les pueda conceder. Un país en el que no hacemos más que repetirnos en forma de farsa una y otra vez, teatrillo en el que los personajes son invariables y los actores van cambiando de generación en generación, pero manteniendo el método y los ademanes heredados de la anterior.

En ese país estamos, rodeados de incultura sin ganas de tenerla, de unos medios de comunicación incapaces de comunicar y demasiado dados a la censura, de una intelectualidad demasiado elevada y alejada de la realidad, de una clase de personas coherentes hastiada por los tejemanejes de los gobernantes. 

Un país en el que la religión sigue siendo un pilar inamovible en nuestro día a día, en el que sigue marcando la agenda como antaño, en el que los ahora llamados "lobbys" empiezan a campar a sus anchas como bandas latinas, sin que nadie se atreva siquiera a toserles por miedo a ser defenestrado y aniquilado del todo, un país en el que las modas arrasan con cualquier cosa que huela a "viejo", que no sea como mínimo "millenial", ya sean personas, trabajos, monumentos, canciones, libros, artilugios, nombres propios o cualesquiera que sean los entes sobre los que vierten su odio, un país políticamente correcto que no respeta sus propias raíces, que ni siquiera quiere tener raíces, que abraza las raíces de los demás como modas a las que acogerse sin seso ni tino alguno.

Ese era nuestro mundo, nuestro país, nuestra ciudad, y nuestro propio rellano personal hace dos décadas, pero no dudo que si pudiéramos artículos de 1980, pasaría exactamente igual (ojo, poder podemos, aunque no sean del mismo Marías, pero sí de otros, y vuelve a dar miedo, quizá otro día hablemos de esto, pero es que incluso leyendo obras de época griega o romana es difícil no vernos reflejados, pues gente somos...), y aunque seguramente ya sólo encontraríamos nombres de fallecidos, los intuiríamos incluso en sus propios nietos, aún gobernando como restos de esas oligarquías inquebrantables. 


 

Es un hecho: nos repetimos una y otra vez, con errores que vamos depurando cada vez más, haciendo cada vez más perfectos, porque si algo tenemos es que no aprendemos de ellos ni aunque la propia vida nos vaya en el aprendizaje, ni aunque venga de familia el tropezar con la misma piedra, que quizá no es más que una simple tradición nacional o familiar, caerse y volver a caerse en el mismo sitio, con unos años de diferencia.

Y así, leyendo y leyendo a un Marías recién estrenada la cincuentena, lo veo escribiendo hoy una nueva columna semanal, rejuvenecido y revivido, como si no hubiera pasado absolutamente nada, como si no hubiéramos pasado nosotros mismos y estuviera yo aún terminando la adolescencia, y quizá entonces sí que tuviera el escritor la suficiente vida por delante para acabar dando con sus huesos en el Nobel que le fue esquivo por no llegar a anciano. Y pienso optimista: ojalá dentro de veinte años, las columnas sigan plenamente vigentes, que me quede como estoy...


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