06 octubre, 2022

Reencuentros

Qué es la vida sino un continuo reencuentro, no sólo si nos ponemos filosóficos entendiéndolo como un reencontrarnos a nosotros mismos cada día, como un continuo ejercicio de autoconocimiento para crecer y evitar perder el contacto con nuestro 'yo' que nos habla desde tan adentro. 

No, la vida es también un continuo reencuentro por el hecho de cada amanecer en el que volvemos a disfrutar del regalo de existir (cuando esa existencia es digna, libre y deseada, claro), y en el que volvemos a reencontrarnos con tantas cosas y personas, lugares comunes, los sitios de siempre, las costumbres y ritos diarios, los objetos y los seres humanos que amamos, la naturaleza con sus vegetales y animales, y todo lo que nuestro planeta-hogar nos da, sean pedruscos incluso, sean bichos inmundos o hasta los males que nuestros congéneres nos causan, sean el humo y la contaminación en general, el ruido y hasta los pisotones mañaneros en el metro, que sarna con gusto no pica, y el mero hecho de vivir la merece.

El hecho de reencontrarse nos permite sobre todo volver a disfrutar de algo, de alguien, y nos invita a comparar, a compararlos, a compararnos, y ver si hay cierta evolución o si todo sigue igual (sin menospreciar en absoluto a quien detesta el cambio y tampoco a los que necesitan siempre estar en continuo movimiento). El mero reencuentro permite un análisis, pues se trata de una nueva oportunidad de estar con ese alguien, con ese algo, quizá cuando ya pensabas que nunca iba a llegar, cuando lo dabas por perdido para siempre.

Reencuentros que son para no volver a perdernos nunca, reencuentros que duran una semana y se pierden para siempre, reencuentros de minutos y una nueva separación de décadas, reencuentros en lugares indeseados, reencuentros de amigos que ahora son enemigos, reencuentros de personas que ahora son sólo unos extraños pero que antaño eran inseparables, reencuentros esquivados, reencuentros perseguidos durante meses, reencuentros desagradables, reencuentros inolvidables.

Las personas evolucionamos poco a poco, desde pequeños, sin darnos cuenta, cambiando poco a poco, mudando la piel, las células y podría decirse que hasta las neuronas que van aprendiendo y desaprendiendo y evolucionando por tanto. Nosotros no nos damos cuenta de semejantes y pequeños cambios, pero si nos reencontráramos con nuestro yo de hace 20 años alucinaríamos, pues sería una persona completamente distinta, muy aconsejable por nuestra parte, sin casi conocimientos de la vida (son 20 años perdidos), sin experiencias acumuladas, con tanto por descubrir. Uno piensa que no ha cambiado nada, que no ha cambiado en nada, pero lo piensa porque cuando estás dentro no notas el cambio, la única manera es que un observador externo nos lo haga ver: un reencuentro.



 

Así, te encuentras de nuevo a gente, tras un año, tras diez años, veinte, cuarenta... y algunos no parecen haber cambiado demasiado y los reconoces perfectamente detras del traje que llevan puesto y del traje que les ha puesto la vida en la piel (no digo ya cuando ha pasado tanto y los años se notan, que entonces ya parecemos otros sólo por parecer nuestros padres o abuelos); a otros ni los atisbas, ni los conoces ya, pareciendo personas completamente extrañas y que no parecen ser siquiera familiares de las que conocías. 

Y podríamos pensar en este punto que es negativo haber cambiado tanto, no ser uno mismo, no ser reconocible, y ahí es cuestión de gustos. A mí me gusta pensar que sigo siendo el mismo, y me aterra en cierta manera ver a los otros cambiar tanto que acaben por desvanecerse quienes eran y a quienes quería, idolatraba o simplemente tenía cariño, desaparecidos para siempre por culpa del cambio, y cuyo reencuentro duele en lo más profundo. ¿Es malo cambiar, por tanto? No, simplemente estamos hechos de cambio y por el cambio dejaremos de existir, ni más ni menos.

Entonces, podríamos pensar también que cambiar es malo, que lo ideal sea permanecer estables, casi diría que inertes, inasequibles al cambio, siempre reconocibles en todo momento aunque sea dentro de siglos... Son opiniones, son percepciones, yo prefiero el término medio de cambiar un poquito, si puede ser cerrando cadenas antiguas de errores, aprendiendo cosas nuevas y desechando antiguas erróneas creencias. Eso no quiere decir que sepamos desaprender y solo aprender cosas buenas, a los hechos de ser humanos que todos somos, me remito.

Es curioso, no obstante, encontrarte gente que nunca ibas a volver a ver. Gente que casi ni te hablaba hace una década y que hoy pretenden parecer amigos de toda la vida, gente que ha cambiado completamente como ves, pero que quieren hacer parecer que el cambiaste fuiste tú. Cambiamos todos, ni más ni menos.


 

Luego está el caso del amigo de la infancia que vuelves a ver una o dos décadas después, cuando el tiempo parece no haber pasado, detenido en décadas impúberes, y sólo parece avisarnos del cambio el hecho de que los juegos ahora no pueden tener lugar en ciertas localizaciones, por culpa del aumento de tamaño de los jugadores; por lo demás, niños y niñas eran y son, y seguramente serán, pese a que los sucesivos reencuentros pretendan cambiarlo.

De todas formas, y pese a lo que haya dicho, malo o bueno, de los reencuentros, os aconsejo no evitarlos, pues son aprendizaje también, son experiencia, son aventura incluso (casi diría que sólo los evites en caso de acoso o maltrato pasado, que al final son muchos casos, claro), una oportunidad de analizar, de recordar, de añorar, de valorar lo conseguido desde entonces, un parar para recoger algo de beneficios y seguir cotizando... sigáis siendo los mismos o hayáis cambiado a unos seres irreconocibles para la madre que os parió, reencontraros cada día si podéis, porque algún día echaréis de menos todos y cada uno de esos reencuentros.

No hay comentarios: