Llega el frío, se viene diciembre, la Navidad, el consumismo que nos ciega. Cantos de sirena capitalistas que llegan de América, nombres anglosajones que importamos sin saber que el alma al diablo en ellos dejamos. Halloween, Black Friday, Ciber Monday, Santa Claus, los adoptamos sin rubor alguno mientras luchamos por ser los que mejores adornos tenemos, más luces ponemos, más caramelos comemos, más descuentos conseguimos.
Cada noviembre la Navidad llega antes, siendo diciembre un mero comparsa en todo esto, un simple terminador o liquidador de una época en la que antes era el Rey, y en la que ahora sólo nos ve llegar hastiados y cansados de tanto comprar, de tanto espíritu navideño desgastado por las esquinas, de tanto vivir esa época que antes empezaba pasada la primera quincena del último mes, y que ahora comienza ya a primeros de noviembre, cuando no vemos incluso árboles de navidad y luces a finales de octubre.
Incluso aquí somos mejores que todo eso, y nuestro viernes negro dura una semana, incluso llegándonos anuncios de "aprovecha, quedan unas horas de Black Friday", cuando aún estamos en el jueves... Eso es una locura, y lo hemos dejado también entrar para que nos haga daño, como tantas cosas. Y mientras los centros comerciales se llenan de gente que busca ofertas irreales, nuestro pequeño comercio se muere, viendo incluso como sus propios dueños van a esos centros comerciales, ley de vida, pescadilla que se muerde la cola y obviedad que no puede obviar que todo esto es algo ya inevitable, como la España vaciada del centro olvidado, así se quedan nuestros centros históricos, sin más que llevarse a la boca que unas pocas tiendas de chinos y souvenirs, aparte de otras de toda la vida que cierran y los sueños de algún loco que aún lo intenta, siempre sin suerte.
Black Friday que así se nos va, Ciber Monday que nos viene, porque no nos dejan respirar, cuando aún no ha empezado diciembre, y cuando tantos tenemos ya los regalos de los Reyes Magos comprados, mes y medio antes, cuando todos hemos ido ya de rebajas y hemos comprado todo lo que necesitábamos para 2020, mes y medio antes de las rebajas, a las que sí, volveremos a ir, cegados por esos "desde 70%", que luego se aplican a una prenda y media, pero que nos traen a la tienda, como borregos, que es lo que todos somos, y allí, claro, muchos pican y se llevan algo, que era el objetivo, cumplido, como siempre...
¿Tiene esto fin? Lo dudo, el sistema es cruelmente malvado, y el año que viene esa ropa, esos dispositivos electrónicos, esas chorraditas, estarán rotos, pasados de moda, viejos, obsolescentes, listos para ser sustituidos en la nueva sinfonía de colores del año que viene, cuando vuelva esa semana loca del "Día de Acción de Gracias", que cada vez penetra más en nuestra sociedad, incapaz de valorar lo que tiene, de darse cuenta de la importancia de las raíces y del saber de dónde venimos en un mundo tan igual y globalizado, donde Zara y Stradivarius hay en todos lados, donde es difícil encontrar una ciudad sin un 100 Montaditos, un Ale-Hop con su vaquita en la puerta, un Garnier con su olor a azúcar recién hecho o un Llaollao-Smooy con su promesa de helados saludables, todos iguales uno a uno, mientras los únicos, que eran "la tienduca", "las cositas de Elena", "la despensa de Ángel", "la zapatería de Narciso", "la lencería de los hermanos Torres", "la panadería de Pepe", se van desdibujando hasta desaparecer engullidos por lo igual, por lo impersonal, simple y llanamente por lo que hace que cuatro señores multimillonarios lo sean aún más, mientras el pueblo, que se cree listo por comprar cosas tan malas y baratas, cada vez es más pobre.
Y lo pienso yo, después de venir de un Carrefour, después de comprarme unas pantuflas y camisa que podría haber comprado en el barrio, aunque fuera en los retales, en los chinos, mejor sería que allí, donde no miran por nosotros, sólo por los dólares, y donde trabaja gente explotada que mejor estaría en esas tiendas de barrio que ahora no existen. Sí, señores y señoras, se nos va la vida de nuestros pueblos y ciudades en ellos, que sólo servirán para ir a pasear y ver las luces, y mientras, el Black que nos espera es así, el que ya tenemos, con los centros comerciales repletos de falta de humanidad, mientras nuestro corazón se marchita, mientras somos cada vez más iguales e indiferenciables, justo como querían que fuéramos, mientras no pensamos por nosotros mismos, justo como era deseable que ocurriera, mientras no leemos, no escuchamos, no vemos nada que se salga de la norma, no porque no exista, no porque no emitan, publiquen o enseñen otra cosa, no, porque simplemente ya, dentro de nuestra inteligencia que acaba de ahorrarse unos míseros euros, no nos interesa.